‘La Traviata’ nunca pasa de moda

Pretty Yende protagoniza el drama el drama de Verdi en la Royal Ópera House de Londres, que conmemora el 25 aniversario de la producción de Richard Eyre. Este miércoles se emite en directo en Cines Van Gogh

Javier Heras
13/04/2022
 Actualizado a 13/04/2022
Una imagen del montaje de ‘La Traviata’ en la Royal Opera House de Londres. | TRISTRAM KENTON
Una imagen del montaje de ‘La Traviata’ en la Royal Opera House de Londres. | TRISTRAM KENTON
Los principales teatros de ópera del mundo parecen, a veces, inmersos en una carrera: ¿quién innovará más?, ¿quién estrenará el siguiente montaje rompedor o escandaloso que dé lugar a más titulares de prensa? No es común que una producción cumpla un cuarto de siglo, y por ello el aniversario de ‘La Traviata’ de Richard Eyre merece que Covent Garden lo conmemore por todo lo alto. La compañía londinense tira la casa por la ventana con 27 funciones y seis sopranos alternándose en el papel de Violetta: si en otoño fueron Kristina Mkhitaryan, Anush Hovhannisyan y Lisette Oropesa (que dejó un listón altísimo, con ovaciones y el público en pie), en primavera le toca el turno a Angel Blue, Hrachuhí Bassenz y la gran estrella: Pretty Yende.

Cines Van Gogh retransmite en directo este miércoles a las 19:45 horas la función protagonizada por la cantante sudafricana (1985). Yende llevaba más de un lustro postergando su debut en un rol para el que no se sentía preparada (su carrera previa se centró en el bel canto). Cuando finalmente se atrevió, en París en 2019, fue un éxito rotundo. Colofón de un ascenso imparable: de estudiar en La Scala y arrasar en concursos como Operalia y Belvedere, a coronarse en el MET y recibir premios de la revista Echo Klassic. Todo gracias a su timbre luminoso, su técnica y personalidad.

El montaje de Eyre vio la luz en 1994 para gloria de Angela Gheorghiu. Si la Royal Opera sigue apostando por él después de más de 150 funciones se debe a varios motivos. Por un lado, mezcla elegancia y realismo, con una exquisita atención a los detalles más pequeños. Por otro, realza el canto, sirve a la narración y nunca distrae de la música. El veterano cineasta inglés (‘Iris’, ‘El veredicto’) toma una decisión tan acertada como sencilla: seguir las acotaciones del compositor y situar la acción en la época en que se compuso la partitura, a mediados del siglo XIX. Igual que la iluminación de Jean Kalman pasa del brillo dorado del inicio al monocromático final, los decorados –clásicos y muy variados– acentúan la opulencia de la primera fiesta y la desoladora pobreza ulterior, paralela al deterioro de la heroína. Los firma el escenógrafo irlandés Bob Crowley, conocido por sus ballets con Christopher Wheeldon (‘Alicia en el país de las maravillas’) y musicales de Broadway que le han valido siete premios Tony, entre ellos ‘Un americano en París’.
Merece destacarse el trabajo coreográfico de Jane Gibson, capaz de coordinar muchas acciones simultáneas, y la dirección de la reposición, a cargo de Bárbara Lluch. La barcelonesa, nieta de Núria Espert, ha sido asistente de dirección de Robert Carsen, Bob Wilson o La Fura dels Baus. Al frente de la orquesta está el italiano Giacomo Sagripanti, premio a Mejor Director Joven en los International Opera Awards. Especialista en bel canto, ya debutó en Londres en 2020 con ‘Lucia di Lammermoor’.

En 1853, ‘La traviata’ consagró a Giuseppe Verdi (1813-1901) como creador moderno. Atrás quedaba el idealismo caballeresco de sus años de galera: a partir de entonces retrató a personajes humanos e imperfectos, como el bufón jorobado de ‘Rigoletto’, la gitana de ‘Il trovatore’ o, aquí, la cortesana de lujo que renuncia al amor para proteger el honor de Alfredo, hijo de una familia burguesa. El público sigue admirando el libreto de Francesco M. Piave (a partir de ‘La dama de las camelias’, de Alejandro Dumas, hijo) y sobre todo la partitura. La inspiración de sus melodías nunca decae, de ‘Amami Alfredo’ al brindis ‘Libiamo’ o ‘Sempre libera’. El canto refleja todos los estados de ánimo y los matices del texto, y la orquesta evoca el París del siglo XIX con bailes de moda como la polca o el vals.

El autor de ‘Aida’ pretendía escandalizar al público al subir el telón con personajes vestidos igual que ellos, algo absolutamente insólito por entonces. El experimento no salió adelante por culpa de la censura, que obligó a trasladar la acción un siglo atrás. Aquello contribuyó al fracaso de su estreno en Venecia, junto con la interpretación de una soprano demasiado madura y rolliza, que no resultaba creíble como una joven moribunda.
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