18/05/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Decidimos volver a Italia como la primavera pasada, pero este año sólo a la Toscana. No a las ciudades toscanas famosas en todo el mundo, sino a la esencia de esta región, a un paraíso inconfundible donde los pueblos, entre paisajes idílicos, parece que se han detenido en el tiempo. Cuarenta y siete jubilados, en su mayoría profesores, decidimos visitar la Toscana profunda en la última semana de abril, precisamente esa semana pudimos contemplar su mejor color. Todos los días nos llovió lo suficiente para demostrarnos la razón de su impresionante verdor y lo justo para permitirnos admirarla sin paraguas. La jubilación nos da libertad y posibilidades para permitirnos estos lujos.

Nuestro campamento base estaba en Florencia, en el hotel Palazzo Ricasoli, antiguamente residencia de la familia Ricasoli, fundadora y promotora de los vinos Chianti. Desde allí abrimos un abanico y cada mañana salíamos en una dirección que nos permitiera abarcar toda la región. Las expectativas eran muy altas pero la Toscana no nos defraudó. Hemos quedado enamorados de este pequeño rincón del mundo lleno de pequeñas colinas con amurallados pueblos medievales, casi de cuento, rodeados de cipreses o viñedos. Cada día desde el autobús podíamos gozar de unos paisajes que enamoran.

La mayoría ya conocíamos Florencia, posiblemente la ciudad más bella del mundo por su historia y arte. También conocíamos Siena, la ciudad del ‘palio’. Y, por supuesto, habíamos estado en el Campo de los Milagros de Pisa admirando su torre inclinada. Esta vez el objetivo era la ‘otra’ Toscana, la región llena de monumentos y de pueblos pequeños pero gigantescos en acontecimientos y arte. Esa región idílica que alucina a los turistas por su campiña llena de colinas en las que se asientan las residencias campestres con sus entradas marcadas por cipreses. Cuando la colina es un poco más pronunciada la rodean de murallas y aparecen los pueblos paradisíacos y ‘de cuento’. Esa Toscana está de moda y llena de turistas de todo el mundo, hasta el ‘club de los 60’ la ha incluido en sus circuitos. En abril, temporada baja, hemos podido comprobar este boom turístico. Las calles de estos pequeños pueblos estaban llenas de americanos, chinos, japoneses, alemanes y, también, españoles.

Cada turista recuerda sus viajes de una forma subjetiva y personal. A mí, de la ‘otra Toscana’, me impresionaron sus paisajes, cuatro grandes ciudades (Arezzo, Lucca, Volterra y San Gimignano) llenas de belleza, arte e historia y otros cuatro pequeños y bucólicos pueblos (Cortona, Monteriggioni, Montalcino y Pienza) como sacados de un libro de cuentos.

Es muy difícil describir el paisaje toscano porque la sensación ha sido tan fuerte y maravillosa que me da miedo no encontrar las palabras para hacer justicia con lo que he disfrutado. Aún tengo en mi retina y en mis fotos las casas en los picos de las colinas rodeadas de cipreses, los campos llenos de viñedos, los coquetos pueblos medievales o los pequeños montes ondulados con colores indescriptibles. Pero la estampa más típica, bella y bucólica de la Toscana la encontramos en el Valle de Orcia, una auténtica maravilla de suaves colinas, viñedos y filas de cipreses. Pura magia por lo que ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.

Estoy seguro de que muy pronto estas cuatro pequeñas ciudades estarán en los circuitos turísticos de Italia: ‘Arezzo’ tiene un gran parecido a Siena en sus plazas, palacios y calles empedradas en la que se rodaron escenas de ‘La Vida es bella’ del genial Roberto Benigni. Si no es tan conocida pienso que tiene una razón: está alejada de las grandes rutas turísticas. Pero la ciudad es famosa por el ábside de la Iglesia de San Francesco, donde se encuentran los frescos de Piero della Francesca, basados en la leyenda de la Vera Cruz. Nuestra profesora de arte nos dio ‘in situ’ una lección magistral sobre la tradición, la leyenda y el arte de estos frescos para explicar el origen y la madera que se utilizó para construir la cruz dónde se crucificó a Jesucristo. ‘Lucca’ es la gran olvidada de Italia. No puedo entender que las principales guías turísticas no den importancia a una ciudad cuyas calles, plazas, monumentos e iglesias están a la altura de Pisa o Siena. ‘Volterra’ nos encantó. Después de una carretera en zig-zag disfrutando de las vistas para ascender a esta fortaleza etrusca quedamos maravillados con su casco histórico y los paisajes espectaculares que rodean a este pueblo. En el museo etrusco nuestra guía, Mariam, puso tanto énfasis en la estatuilla de ‘L’Ombra della Sera’ que no tuvimos más remedio que regalársela. ‘San Gimignano’, el Manhattan toscano, ocupó nuestro último día y fue la guinda del viaje. Es posiblemente el pueblo más bello de la Toscana con sus altas torres medievales, sus calles de piedras, sus iglesias y sus encantadoras plazas. Nos fuimos con buen sabor de boca a pesar de la cola en la Dondoli, la mejor heladería del mundo.

Por último, me gustaría destacar cuatro pueblos parecidos y muy pequeños. Los cuatro sobre colinas y amurallados. Son pueblos de juguete y con encanto que reflejan la quintaesencia de la Toscana: ‘Cortona’ es toda una joya medieval que hay que saborear con calma, con mucha calma porque sólo verlo nos daba vértigo. El autobús nos dejó en la entrada a la muralla y la subida al centro del pueblo por cuestas infernales y calles estrechas y empedradas merece la pena para admirar sus plazas y las casas medievales más antiguas de Italia. ‘Montalcino’ es la zona del vino tinto Brunello, uno de los caldos más famosos de Italia. Desde la fortaleza que domina el pueblo hicimos bellas fotos y pudimos admirar los perfectos desfiles de viñedos que dan forma al paisaje. ‘Monteriggioni’ es un pueblo diminuto y coqueto cercado por una muralla. Todo lo que tiene de pequeño lo tiene de bello. Al subir en el autobús parecía que íbamos directamente a la edad media y en el paseo sobre la muralla pudimos contemplar paisajes espectaculares, que quitan el hipo, plagados de viñedos, olivos, cipreses, hayas y castaños que conviven en armonía con casonas aisladas medievales. ‘Pienza’ es el proyecto de una ciudad renacentista ideal en la que nació Silvio Piccolomini, el papa Pío II, con armónicos y bellos edificios que no pudo terminar pero lo que hizo y permanece es maravilloso, y más si a esto unimos que desde su muralla nos quedamos boquiabiertos contemplando el paisaje natural del Valle de Orcia.

Tengo la sensación de que el paraíso de la Toscana no sólo ha quedado grabado en los miles de fotos del viaje sino que también ha dejado un recuerdo y una huella entrañable en este encantador grupo de jubilados.
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