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La sutil diferencia

23/12/2020
 Actualizado a 23/12/2020
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«Pican, pican las gotitas sobre mi tejado y dibujan caminitos de color plateado». La tarde, desapacible afuera, es confortable dentro, propicia para pensar e intentar hacerlo sin que nos duelan los pensamientos. De momento, no pienso, la lluvia acompasa mi silencio como un metrónomo que, por instantes, se rebela. De momento, mi silencio repite esta cancioncilla que Pablo, el profe de música, enseñó a mi hijo y mi hijo me ha pegado a mí.

Aunque no llegué a leer a Kierkegaard con la profundidad con la que lo leían Faemino y Cansado, creo recordar que apuntaba que no se puede escribir más que sobre uno mismo. Quizás debido a esa precariedad en mi lectura, en ocasiones como esta, en lugar de llegar al meollo, me quedo en los aledaños de ese yo. Pongamos que hablo de León. Puede que la realidad se vea mejor con la mirada limpia y no toreada de quien mira por primera vez.

En estos tiempos en los que los valores que deben troquelar nuestros principios y los principios que deben inspirar nuestras decisiones, determinando nuestro hacer, se han convertido en eslóganes, en ideas cortas para campañas de publicidad, me llama la atención que ese valor, que León parece haber tomado como guía para orientarse en este mundo, apenas aparezca incluso en nuestro hablar cotidiano, olvidado en un desván, cosa vieja, trasto del que hasta hemos olvidado para qué sirve y cómo funciona.

Cuando una nueva realidad, ya sea persona, animal, cosa o fantasma, aparece en su horizonte, no me pregunta si es del Madrid o del Barsa, si rico o pobre, de izquierdas o derechas, de Hugo o de Balzac, con o sin cebolla, ortodoxo o hereje, a favor o en contra de, no distingue ni siquiera el color, tampoco la raza. Él, en su infantil sabiduría, inquiere por lo realmente le interesa, por lo que intuye como verdadera diferencia: ¿Es bueno o malo, papá?

Ojalá, además de a otras baratijas, dejáramos un rinconcito en nuestras vidas para la bondad. Ojalá la bondad se pusiera de moda y nadie quisiera quedarse sin ella. Ojalá, ser buenos tuviera muchos ‘like’ y fuera el más rotundo éxito. Ojalá que la bondad desechada por los publicistas sea la piedra angular. Ya decía Marco Aurelio que «obrar como adversarios los unos de los otros es contrario a la naturaleza». Y como «la naturaleza del pecador mismo es pariente de la mía», a buenos y a malos, sin distingos, quiero desear una buena Navidad y que el Niño Jesús nos bendiga.
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