06/05/2020
 Actualizado a 06/05/2020
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A la salida de la cárcel, Fray Luis de León volvió a las aulas y, escuetamente, les dijo a sus discípulos: «Como decíamos ayer...» Y es que el tiempo es elástico. Un instante puede ser fugaz, eterno o inamovible.

Este último, parece ser el estado de la gente confinada en el gueto de su casa, barrio, pueblo o lugar. Una situación neutra que ha dado lugar a una larga serie de sandeces que ocupan los informativos de las televisiones subvencionadas, para ocultar la realidad.

Si España está a la cabeza de fallecimientos, en gran medida es por la incapacidad del gobierno, que pensaba que la política, los decretos de Sánchez y su pléyade ministerial, bastarían como terapia para tanto mal. Pero los políticos, tienen las manos sucias, y son capaces de infectar cualquier ambiente por más aséptico que sea.

Al margen de las medidas sanitarias, se ha tenido la mente más puesta en la política, que en la evitable pérdida de vidas. Por su cuenta, los de Podemos han aprovechado para sembrar dinero, a fin de ganar crédito y cosechar los votos de los marginales –que son, somos o seremos, legión– y socavar las instituciones. Los separatistas han ahondado en la brecha y Sánchez, que tiene una imagen de sí mismo que no se corresponde, ha optado por un test de fuerza, a base de decretos y más decretos, siendo su órdago el confinamiento. Pero en vez de ganar crédito, ha mostrado sus vergüenzas. Su incapacidad de gestión sólo es comparable a la falta de sensibilidad por los fallecidos. Ni un responso, ni una plegaria, ni un recuerdo, sino una estadística anónima que había que cuadrar.

Ahora, cuando el gobierno levanta la bota de nuestras cabezas, la sociedad inconsciente se siente bien, incluso agradecida. Pero las consecuencias, las ‘secuelas’ están ahí y van a ser muy duras. Aparte de lo político, el daño social no es poca cosa. Las relaciones entre las personas no van a ser las mismas. Hemos cambiado el afecto por los recelos y, como el miedo todo lo envilece, compartimos la alegría de sentirnos vivos, caminando entre los muertos.

El efecto económico va a ser brutal; de ahí el señuelo de que la pesadilla ha acabado. El despilfarro, para maquillar el rostro del Gobierno, ha sido millonario, mientras algunas empresas languidecen, al borde de la desesperación. Otras, han cerrado sus puertas definitivamente, pues los gastos e impuestos han seguido su curso al margen de la plaga. El desempleo disparado; el deterioro de la Sanidad y Educación, irreparable; y el presupuesto familiar insuficiente, te quitarán la risa tonta y las ganas de aplaudir. Porque la plaga es ‘la fulana de la angustia’ –decía G. F.– «que se le coló en casa por tres días y lleva ya dos años».
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