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La prosa asiática

15/05/2019
 Actualizado a 18/09/2019
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Cuando el capitán del Titanic dijo por megafonía, que la situación estaba controlada y que no había por qué alarmarse, los pasajeros sí se alarmaron de verdad, lanzándose como posesos hacia las lanchas. Realmente, habían entendido las palabras del capitán, porque las escucharon del revés. Y es que, en la vida, es conveniente saber decir «no» y llevar la contraria. De saberlo, no te abría arruinado, cuando el banquero te recomendó adquirir aquellos bonos basura. Aunque te seguirá robando, en forma de comisiones inexplicables e inexplicadas.

Cuando Rajoy dijo que lo del Prestige eran «unos hilillos» los mariscadores supieron que las Rías estaban contaminadas. Tanto que un ministro zoquete, dijo «que había que bombardear el petrolero». No lo hizo, pero un año después, volatilizó el Yak 42, provocando una catástrofe mayor.

Cuando en boca de alguien, con más o menos mando, escuchas la palabra «sostenible» –de la familia sostener, sostén– refiriéndose a un proyecto cualquiera, verás que no se hace nada. Incluso es posible que el presupuesto se desvíe a otros fines, como la propia sostenibilidad de los promotores. O emprendedores, que también es palabra muy gastada.

En la antología de los liantes, deberían figurar con letras de molde Felipe González y el gran embauque de «Otan, de entrada NO». Un auténtico galimatías que la gente entendió, como dice Pedro Sánchez, NO es No. Pero resultó que fue SÍ, y ahí estamos.

Puestos a pervertir el lenguaje también se dispara desde el periodismo. Cuando se habla de «los más mayores» o los «más menores» se denota una gran ignorancia o amaneramiento, porque después del mayor no hay nada. Y menos del menor, tampoco; a no ser que hablemos de moléculas. En el mismo plano está lo de «más desfavorecidos». Aparte de este «más», que está de más, es un término sobremanera manido. ¿Desfavorecidos en qué? Porque hay mil razones para la infelicidad. Algunas con solución y, la mayoría, sin ella.

A este tipo de lenguaje sin sentido, el dramaturgo Alfonso Sastre –del exilio a Premio Nacional de Literatura– lo llamaba «prosa asiática». Nosotros, respetando la lengua de Confucio, decimos que «al pan, pan y, al vino, vino».
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