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La política falsaria

21/11/2021
 Actualizado a 21/11/2021
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En fechas recientes, se vivieron momentos caóticos en el Ayuntamiento de León. Se habían caído los sistemas informáticos –dicho en lenguaje coloquial, la avería era de misa cantada– lo que conllevaba una paralización, en mayor o menor grado, de los servicios administrativos consistoriales. La confusión era palpable. Y con toda la razón y conocimiento, el socio embozado del equipo de Gobierno, la reivindicativa UPL, saltó a la arena, tridente en mano, para pedir al alcalde Diez que exigiera a Scayle (Supercomputación de Castilla y León) las responsabilidades inherentes al trastorno ocasionado, además del coste de la reconstitución de los datos. La demanda no admitía gracietas.

Pues bien. En esta línea de requerimientos con que la UPL se ha mostrado cual fiel y vigorosa escudera de los asuntos locales –no se aplicó la norma a sí misma cuando cogobernó la municipalidad junto al PSOE entre 2007 y 2011– debía mostrarse la gente en periodo de elecciones. Igual de enérgica. A machamartillo. Y forzar la rendición de cuentas ante el incumplimiento de los programas electorales. Promesas y objetivos impresos en papel cuché, que, en innumerables ocasiones, no se leen ni los interesados que figuran en puestos de salida en las listas de elegibles. Está más que contrastado. Y quien lo dude, que escoja a un concejal a voleo, por ejemplo, y lo compruebe. Se sorprendería.

Y es que, al final, todo se traduce en un muy ‘elaborado’ trabajo de mercadotecnia para engañar y burlar al bienaventurado votante; al mismo que se pasan por la bragueta una vez en el poder. O por las propias zonas íntimas sin barreras. Directamente. Faltan dedos para contar las farsas y en León se conocen al dedillo los incumplimientos encadenados. Sobra repetirlos. Pero siguen zahiriendo. ¿Y quién o quiénes asumen esas responsabilidades? Nadie. Salvando las distancias, se asemeja a lo ocurrido con Scayle, pero elevado a la enésima potencia. Y otra cosa, la empresa de Supercomputación resolvió las incidencias en un plazo prudencial y aquí paz y después gloria. En la política activa –o inactiva– no se contempla ese supuesto. Las flagrantes inobservancias se mandan a la nube. Se ‘archivan’. En definitiva, la gran estafa que la democracia tolera.

Dado que la política actual está más revuelta que un plato de gambas con ajetes –se baraja el adelanto de elecciones en Andalucía y en Castilla y León, que ya se verá– sería el momento de pintar la cara a unos y otros por mentirosos y embaucadores. Sacarles las vergüenzas y arrumbarlos. Porque con irresponsabilidad manifiesta van a volver a mentir, seguro, cuando se suban al púlpito de los mítines. ¿Y alguien les pedirá responsabilidades? Que pase el siguiente.
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