La otra vacuna y el mismo León

César Pastor Diez
14/01/2021
 Actualizado a 14/01/2021
Ahora que está candente el tema de la vacuna contra el coronavirus no resultará ocioso recordar que en la segunda mitad del siglo XIX hubo un tarraconense, el Dr. Jaime Ferrán Clua, nacido en Corbera de Ebro, que se hizo médico y se interesó a fondo por los métodos de Pasteur, el hombre que descubrió la vida de los microbios productores de enfermedades y el procedimiento para atacarlos y destruirlos.

El Dr. Ferrán se dedicó de pleno al estudio de los microbios. En 1884 surgió el cólera en el sur de Francia y el gobierno español comisionó al Dr. Ferrán para que estudiara la funesta pandemia que exterminaba pueblos enteros. Tras intensas investigaciones y experiencias, en 1885 el médico español descubrió la vacuna que significaba la inmunización contra la terrible enfermedad del cólera, y lo primero que hizo fue inyectársela él mismo y a toda su familia a fin de demostrar que la vacuna era eficaz e inofensiva.

Un año más tarde (1886) apareció el cólera en España, concretamente en Valencia. Entonces el Dr. Ferrán dio a conocer su descubrimiento, lo cual provocó una furibunda campaña de desprestigio contra él y contra su vacuna. Sus detractores de preguntaban ¿cómo era posible eliminar el cólera inoculando un virus de la misma enfermedad? El gobierno se alarmó y prohibió a Ferrán hacer vacunaciones. Pasado un tiempo y demostrada la eficacia de la vacuna, el insigne bacteriólogo francés doctor Roux declaró públicamente en la Sorbona que el Dr. Ferrán estaba en lo cierto. ¡Menos mal que al bacteriólogo español se le hizo justicia antes de que muriera.

El sabio de Corbera consiguió renombre universal, aunque tardíamente reconocido su mérito en España, como ha ocurrido tantas veces con otros. En 1907 la Academia de Ciencias de París le otorgó el Premio Breaut. Por fin, Barcelona le nombró director del Laboratorio Microbiológico de la capital catalana.

El Dr. Ferrán publicó varias obras, entre ellas La peste bubónica y Etiología del paludismo, otra enfermedad que segaba vidas, sobre todo en el Delta del Ebro, que yo conocí de cerca aunque tuve la suerte de no contraer la enfermedad.

Digamos de paso que el pueblo del Dr. Ferrán, Corbera de Ebro, situado en la ladera de una colina, fue totalmente reducido a escombros durante la guerra civil española. Pero los supervivientes de Corbera no quisieron reedificar su pueblo sino conservarlo destruido como testimonio de lo que es capaz una guerra. Y edificaron un pueblo nuevo al pie de la colina, a ambos lados de la carretera que conduce a Gandesa. Algo parecido había ocurrido en Belchite (Zaragoza).

***

Perdóname, León, ya estoy contigo, En estos días invernales te imagino cubierta de blanco como las ninfas napeas de los montes, valles y cañadas de la floresta leonesa. En algunos puntos de tu montaña se han rebasado los 30 grados bajo cero. Y veo en televisión media España cubierta de nieve. Mi cabeza da vueltas y vueltas tratando de encontrar un detalle nuevo de tu campiña para recrearme en su contemplación y en su contacto mediáticos, ya que ahora no se me permite coger mi coche y lanzarme a recorrer a lo vivo todos los confines de mi tierra.

Otra manera de conocer el talante del terruño consiste en escuchar sus canciones típicas. Recuerdo muy bien una copla leonesa que cuando era niño ya se la oía cantar a mi padre: «Esta noche ha llovido, mañana hay barro, pobre del carretero que ande con carro», etc.

Escuchando coplas leonesas de serenata, me he adherido en espíritu a todas ellas, excepto con algunas que me han parecido humillantes para las mujeres, por ejemplo: «Voy a decir a tu madre que no sabes leer ni escribir, ni multiplicar con los dedos…». Por favor, señores coplistas, cepíllense el polvo de su machismo rancio y pónganse al día, porque ustedes viven todavía en el siglo XIX, y tengan por seguro que las mujeres actuales podrían enseñar matemáticas a muchos hombres, incluidos los cantadores de romances pueblerinos.

Había otra copla de serenata, que no recuerdo si era también leonesa. Con grandes dosis de humor la copla decía:

A tu puerta hemos llegado
cuatrocientos en guerrilla;
si quieres que te cantemos
saca cuatrocientas sillas.

Sabemos que la línea recta no existe en la naturaleza, y que a semejanza del cosmos, la vida humana es también una curva cerrada, un periplo en que se suceden ante nuestros ojos, a prodigioso ritmo de tic-tac, albas y ocasos, caricias vernales y rigores invernales. Y justamente la inmensa rueda nos ofrece ahora en nuestro hemisferio, su arco más gélido, aunque con el color más sublime, que es el blanco de la nieve, símbolo de la pureza. Y parece que es éste el tiempo más propicio para que a la entrada de León, la Virgen del Camino salga de su santuario a recibirnos con un beso de amor, como recibe una madre a sus hijos cada vez que éstos regresan de la escuela. ¡Y qué escuela, Dios mío! Quizá nos arrolló la vorágine por el camino y muchos de nosotros necesitemos pedir a la Virgen que nos limpie de lodo los vestidos; y Ella nos dará un bagaje blanco para nuestras almas. Y luego llegará para León la quietud, el letargo, el éxtasis de una ciudad que duerme su sueño invernal mientras sus hijos laboran en silencio.

Virgen del Camino, que has guiado durante siglos a los peregrinos del rito jacobeo, protégenos, oriéntanos, eleva el norte de nuestra vida, a fin de que algún día podamos libar también las mieles de tu dulce gloria.
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