La necesidad recicla

10/01/2019
 Actualizado a 09/09/2019
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Los viejos juegos son hijos de la necesidad de entretenerse, de darle salida a las horas muertas, de competir contra alguien. Y son hijos de la necesidad de ser asequibles, baratos y que se puedan desarrollar en cualquier lugar, sin necesidad de campo, estadio, polideportivo, cancha...

Los viejos juegos eran una faceta más de la forma de vivir.

Si las chapas necesitan un recipiente en el que esperar a la siguiente partida no dejará de haber por casa una vieja lata de conservas, de pescados y mariscos mismamente, a la que se quita la tapa y en dos agujeros laterales se le instala un asa  con la que moverla de aquí para allá.

Igual que jamás se tiraron aquellas viejas latas de aceite de cinco litros de Ybarra por ejemplo, en las que tantas cosas se guardaron; o los botes metálicos de Cola Cao, ideales para que se acumulen en su interior botones de todos los tipos, hilos de todos los colores, agujas y dedales... Por citar algunos usos, que nada iba a la basura, que ni existía ni nadie la recogía.

Nadie la recogía porque todo lo que ardía acababa convertido en calorías alimentando las cocinas bilbaínas, ‘prendidas’ desde el amanecer hasta la noche, o las chimeneas... No había papel, cartón o madera que aguantara la voracidad de aquellos fuegos que combatían los rigores del frío a la vez que cocinaban a fuego lento el cocido o calentaban los pies fríos en el horno...

Nada sobraba. Lo que no ardía, vivía ¿Y el plástico? ¿De qué me habla?
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