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La motivación más vieja del mundo

07/04/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Lo más grave que le ha sucedido a nuestros pueblos en el último medio siglo es, al parecer, la fragmentación de la derecha política española. El cierre de las escuelas y su letal efecto dominó, el cierre de consultorios médicos y de líneas de transporte, el abandono incentivado de la agricultura y la ganadería, el envejecimiento y la masculinización de sus habitantes, la falta de inversiones, a fin de cuentas, han sido hasta ahora problemas menores. Estamos comprobando que la dispersión geográfica resulta mucho menos importante para los intereses generales del Estado que la dispersión del voto. Sin embargo, la fragmentación de la derecha ha convertido en objetivo electoral las provincias que, como ésta, eligen menos de nueve diputados y que entre todas ellas suman cien en todo el país. Con la misma obscenidad con la que han mirado para otro lado durante la estampida global, los políticos se atreven ahora a lucir ‘Soy de pueblo’ en la solapa y a aportar soluciones insultantemente simplistas para un problema extraordinariamente complejo. En las anteriores elecciones, de las que hace menos de tres años, la monserga común era la lucha por la supervivencia de la minería, de modo que sólo los amnésicos puedan encontrar motivos para la esperanza en sus mensajes de rebajas fiscales, conexiones de alta velocidad y ayudas a la natalidad. Pero si por algo se han dado cuenta los partidos de las graves consecuencias de la despoblación no sólo es por los altibajos del listón que deben superar para conseguir un diputado, sino por las dificultades que están sufriendo para encontrar una candidatura digna y completar una lista con la que presentarse a las elecciones municipales. Como cada vez hay menos donde escoger, parecen algo así como solteros organizando caravanas de mujeres que, a la hora de la verdad, sólo salieron bien en el cine. La necesidad hace que no importe demasiado la pareja de baile, ni siquiera si hay música o no. Lo peor, en cambio, es el cortejo, la prueba más evidente de que no hay solución. En los pueblos ya pasaba cuando había mugidos de vacas, algarabía de niños y voces en el bar, pero ahora el silencio resulta tan espeso que no es necesario escuchar ciertas conversaciones para tener la certeza de que se están produciendo. Los posibles candidatos saben perfectamente del apremio de quien acude en su búsqueda, y en las condiciones que les imponen llevamos los demás nuestra penitencia. Por si alguien lo dudaba, no todos los corruptos llevan traje y coche oficial, sino que hay muchos más conduciendo un tractor con botas de regar. Así, estos días, por toda la provincia, se repiten patéticas negociaciones que sirven igual para un partido que para otro, por aquello de que en los pueblos no hay siglas... pero también hay intereses, ambiciones y odios. La exigencia más repetida probablemente sea un puesto entre los diputados provinciales, lo que garantiza un sueldo al que la inmensa mayoría no tendría acceso de ningún otro modo. Se estila también mucho el familiar que busca trabajo, «ya sabes que tengo un hijo en casa, que el hombre no encuentra nada», o la licitación y adjudicación por vía urgente de futuras obras que algún día serán imprescindibles. Si nada de eso sirve para llegar a un acuerdo, siempre queda el más viejo de los motivos, el gran motor de la humanidad, estímulo definitivo del León vaciado: no te presentes ni por ti ni por tu pueblo ni por nadie, preséntate contra alguien. Así, perpetuando odios, es como surgen más candidaturas. Y vuelve a haber como para escoger.
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