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La morcilla del banco

23/11/2020
 Actualizado a 23/11/2020
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Tomaduras de pelo, bromas, motes, la vida en nuestros pueblos leoneses, una forma de soportar el frío y las heladas y aleccionar a las siguientes generaciones. «Forma parte de esa manera de ver las cosas tan de aquí: de refilón, nunca de frente» como describe a los paisanos Marta del Riego, nuestra vecina de columna en este medio, en su magnífica novela ‘Pájaro del noroeste’. ¡Una delicia! Ahora, por el San Martín, en la matanza del cerdo, la broma con el novato. En el ritual en el que el ‘gocho’ familiar moría a manos de los suyos, por garantizar la supervivencia, el jolgorio y la presencia de los amigos daba pie para la chanza recurrente.

Era, pues, un acto familiar; pero, sobre todo y ante todo, un ritual iniciático para los niños y adolescentes, que presenciaban como meros aprendices aquel holocausto, aquella lección de anatomía en la que la sangre vertida era recogida por la madre o las hermanas mayores en un caldero, removiéndola para que no cuajase, y destinada a la confección de uno de los manjares tradicionales: la morcilla. La lección venía después, cuando el matarife destrozaba el cuerpo y mostrando cada una de sus partes: Esto es el bazo, estos los riñones, esta la bilis: Idéntico al de una persona.

Tú, guaje, quédate ahí, detrás, y estate atento, y cuando salga la morcilla del banco, con cuidado, la recoges con las manos. Es lo mejor de todo, lo más sabroso. Tú, chaval, deja que nosotros sujetemos bien las patas del animal y tira del rabo, y cuando salga la morcilla del banco, ya sabes.

‘Poeta de la perdición y del olvido’ se titula a sí mismo Alejandro Saelices, el personaje de Luis Mateo en El expediente del náufrago, y así se siente el cronista al rememorar aquellas hazañas del San Miguel, como metáforas de una forma de ser y de vivir que fueron carne de su carne y que ahora se han quedado como residuos de un estrafalario ayer, cuando, en realidad, eran episodios de una laica religión que mantuvo a los pueblos durante siglos y que hoy no pasa de una metáfora curiosa. Pero, que nadie olvide, que todo continúa igual: La única misión que la sociedad actual concede a los niños y a los jóvenes de las aldeas es sujetar el rabo y aguardar la salida de la morcilla del exilio y el abandono.

Y en el aquelarre de las subvenciones de la Junta de Castilla y León, cuando la justicia es sacrificada allí por todos nosotros, a León le suele corresponder la morcilla del banco, es decir: la broma.
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