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La marea amarilla

27/03/2019
 Actualizado a 09/09/2019
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Ya se empieza a considerar, por parte de algunos brillantes pensadores, que la libertad de la que supuestamente disfrutamos en España es una mera apariencia. Y decir aparente, es como decir lo contrario, porque la libertad no es divisible.

En este aspecto, no podemos decir que este país haya sido muy afortunado. Sufrimos treinta años la dictadura de Primo de Rivera, cuarenta la de Franco. Como una larga noche de piedra. Pero tampoco nos hace felices el despotismo del gobierno de Pedro Sánchez.

Desde la llegada, procedente de Francia, del Borbón Fernando VII y una vez acabada la Guerra de la Independencia, empezó el Trienio Liberal. Un espejismo durante el que florecieron las artes y las ciencias; las Cortes de Cádiz –la Pepa– y la libertad. Mas concluido el trienio, el rey dio un giro hacia un autoritarismo y represión brutales. Ejecuciones, exilio y oscurantismo. En su delirio, la chusma gritaba en las calles: «¡vivan las cadenas!». Cuando en Francia se vivía el Siglo de las Luces con la Enciclopedia de Diderot y d’Alambert. No hace falta expresar el trato hacia los españoles ilustrados, llamados, peyorativamente, ‘afrancesados’.

El sentimiento por el saber y el instrumento que suponía la Enciclopedia, lo refleja perfectamente la obra de Pérez Reverte ‘Hombres Buenos’ –que aun se pueden encontrar–. Pero, aun estando de acuerdo con él, me atrevo a pensar que sólo era uno pues el segundo resultaba algo pusilánime.

Con todo, la crueldad sufrida a lo largo de la historia de España, no es comparable a la que se vive hoy día. Ayer atados con cadenas, hoy con lazos de seda. Los límites que siempre hubo hoy los marca lo «políticamente correcto» y las «redes sociales» por las que seres anónimos o resentidos son capaces de destruir cualquier reputación. El caso es amar u odiar. O conmigo o contra mí… y sentirse con autoridad sin criterios. Una marea, más amarilla que gris, a la que los políticos se doblegan porque son un gran reservorio de votos mediáticos, con el que no contaban. Sólo así se explica el proteico espectro político de España.
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