25/10/2021
 Actualizado a 25/10/2021
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En países que no nos quedan tan lejos se venden los sobres de descafeinado por separado como se vendían los cigarros en los quioscos hasta no hace tanto en España. A muchos no les da para comprar la caja entera, ni mucho menos para las cápsulas que George Clooney ha convertido en el paradigma de la sofisticación cafetera. Yo soy de italiana con su decagonal planta de templo esotérico. Me desayuno una de las de ocho de tazas. Pero no me presta ni la mitad que cuando llegaba mi abuela de la cuadra con el caldero azul y echaba al hervidor rojo la leche, de la vaca a la mesa. Luego le echaríamos cuatro cucharazos de Nescafé –porque somos así de rebeldes y nadie nos dice qué orden debemos seguir– y, ‘ecco’, el feliz aroma de las cosas sencillas.

La leche que no llegaba en el caldero azul quedaba enfriando y dando vueltas en el frigo a la espera de que pasara el lechero para llevársela. Esto sigue ocurriendo en miles de ganaderías, de donde la leche luego pasa a las factorías y algunas marcas la envasan en ‘Bag in box’ de diez litros, que van a parar a través de la fuerza del camarero de turno a un frigo en miniatura de diez litros tras la barra del bar. Sin promociones, el invento cuesta unos 600 euros, peroahorra tiempo, no hay que abrir siete botellas; espacio, gracias a su forma cúbica, es decir, de caja; residuos, solo un cartón y una bolsa de aluminio; emisiones, menos CO2 en el transporte; y la mejor emulsión de la leche aumenta la rentabilidad un 33%. Además, si hace falta, dan formación a los baristas y regalan una jarra y una botella de cristal por si es necesario sacar algo del tanque. Eso es básicamente lo que hay detrás del aparato que me llenó de dudas existenciales el café de antes de ayer.

Creo que es síntoma de que van pasando los años. Cada vez entiendo más la chispa de emoción en los ojos de mi abuela cuando me cuenta el enorme avance que supuso la llegada del trisurco. Y sé lo que habría exclamado la tía Erótida si le hubiera contado del ingenio: «¡La leche!».
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