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La ira animalista

22/09/2022
 Actualizado a 22/09/2022
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Decía el psicólogo Wayne Dyer que «la ira es una elección y un hábito». Una frase que debe repetirse en las reuniones animalistas aunque tergiversada, ya que el estadounidense lo advertía precisamente para evitar «una forma de locura». Habitamos la sociedad de la ira y partidos como el Pacma son una demostración más de la perversión en la que desemboca cualquier revolución cuando se vuelve enfermiza y el fin justifica los medios. La lucha animalista, como defensa de la vida animal y de una relación respetuosa entre especies que alerte de la crueldad gratuita con la que los humanos tendemos a relacionarnos con el entorno, no solo es una opción respetable si no necesaria.

Lo enfermizo viene cuando la política animalista (que como agente político necesita una visibilidad constante que movilice a su electorado y justifique su existencia) se salta cualquier límite para evitar la crueldad animal sustituyéndola sin miramientos por un ensañamiento entre humanos que piensan diferente. El Pacma y sus acólitos lograron, por la vía judicial, que no volviera el Toro de la Vega a Tordesillas este año y fue un triunfo que debería haberles saciado. Sin embargo, y tampoco es la primera vez, pasó la fiesta y continuó el odio hacia un municipio por el mero hecho de que la mayoría de sus vecinos hayan decidido defender su tradición, estén equivocados o no. Es el vicio de la nueva izquierda que impone una tolerancia excluyente, es decir intolerancia, contra todo lo que no es como ellos consideran que debería ser.

Una vez más tras el Toro de la Vega siguió el acoso a las instituciones tordesillanas y a sus empresas más conocidas, como Polvorones El Toro, a la que años atrás ya obligaron a renunciar a llamarse con orgullo Toro de la Vega para esquivar las constantes amenazas. En su democracia de pensamiento único opinar diferente merece la muerte civil y la ruina económica. Ni siquiera que no haya fiesta les basta. Así corrompe la ira cuando se convierte en hábito.
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