La hoguera de San Juan

Máximo Cayón Diéguez
19/06/2019
 Actualizado a 16/09/2019
La noche de San Juan es la noche del solsticio de verano. La noche del día más largo del año. Fuego, agua y hierbas son los símbolos que identifican a esta noche purificadora, teñida de un manifiesto color folclorista. Y aunque el paso del tiempo, la mentalidad imperante, y las modas y los modos hayan modificado las costumbres comunitarias, el valor etnológico y cultural de esta noche mantiene su cotización al alza en el mercado costumbrista de nuestra sociedad.

Además de los fuegos artificiales, de la pirotecnia artística que se apodera del cielo leonés por unos minutos con sus torrentes y cataratas de luz y de color, entre nosotros, el foco de atracción de la noche de San Juan es la hoguera, que en esta antigua Corte de Reyes es una estampa típica al filo de la medianoche.

Lo mismo acontece en distintas comarcas de nuestra provincia, donde la puesta en escena de la hoguera tiene especial predicamento. Concha Casado Lobato, [‘Ciclos festivo y vital’, León, 2008, pg. 54], anota que «el fuego es otro elemento propio de esta noche, y las hogueras se encienden todavía, o se recuerdan, en la mayoría de los pueblos. Al apagarse el fuego comenzaban las Rondas y las enramadas a las mozas. En la montaña oriental, el primer ramo se colocaba en la torre de la iglesia, para la Virgen María. Luego seguía la Ronda, y las canciones se agolpaban unas tras otras, bellísimas algunas, como ésta de Laciana, que recogió Berrueta en su Cancionero: Ay, qué noche tan serena / que no tiene movimiento, /ay, quien pudiera tener / tan sereno el pensamiento /. Y las mozas montañesas solían corresponder con ‘las natas’ o los quesos».

En la tradición cristiana, el origen de la hoguera tiene distintas versiones. Para unos, conmemora la que encendió Santa Isabel, la madre de San Juan Bautista, para dar aviso a la Virgen María de que estaba a punto de dar a luz al que sería luego el Santo Precursor. Como se sabe, el arcángel San Gabriel fue el mensajero de los futuros alumbramientos de ambas. Para otros, evoca aquélla que, tras el nacimiento del Profeta del Fuego, Zacarías, su padre, mudo aún, según el evangelio, (Lc, 1,20-22), ordenó encender para poner en conocimiento de sus vecinos y parientes que su hijo había nacido. Desde la perspectiva del paganismo, sus ancestros se fijan en la finalidad de purificar el aire, con objeto de poner en fuga supersticiones y sortilegios. En cualquier caso, desde muy lejanas calendas, saltar la hoguera o caminar sobre sus brasas y rescoldos son rituales extendidos por España, en aras de desterrar toda suerte de maleficios.

En León, la hoguera ha sido siempre un vínculo de convivencia y un símbolo de solaz y recreo. Antiguamente, cuando los barrios capitalinos celebraban sus fiestas parroquiales con rumbos postineros, donde nunca faltaba la música de un organillo, la hoguera era un elemento ineluctable dentro de los actos programados por las comisiones establecidas al efecto. Mismamente, cada 9 de febrero, fiesta de ‘La Aparición’ en el barrio de Nuestra Señora del Mercado, la hoguera tenía asentamiento en la plaza del Grano. Asimismo, cada 18 de julio, en el caso del barrio de Santa Marina, el Espolón o la denominada ‘Era del Moro’, tan cercana al legendario ‘Molino Sidrón’, eran los escenarios elegidos. Y hasta había competencia entre los barrios. Pocos días después, la hoguera que se encendía en el barrio de Santa Ana rivalizaba en dimensiones con aquélla del barrio de la nobleza.

Los encargados de alimentar unas y otras convenientemente eran los mozos del vecindario parroquial. Ellos se encargaban de aportar combustible suficiente, generalmente leña, para que la fogata mantuviera el mayor tiempo el ímpetu y la fuerza de sus llamaradas. En el caso de los barrios del Mercado y de Santa Ana, las huertas de la Corredera y la cercana arboleda existente en ‘El Parque’, sita en una de las márgenes del río Bernesga, en los términos donde se alza hoy el coso taurino, eran lugares de avituallamiento del mocerío.

En los comienzos del pasado siglo XX, Gumersindo Rosales Melendro, el famoso y excéntrico oftalmólogo a quien se atribuye la locución de que «el clima de León es sólo bueno para bueyes, caballos y algún que otro canónigo», dio al traste con esta costumbre. José Eguiagaray Pallarés, [‘Lo que va de ayer a hoy, estampas anecdóticas del viejo León’. 1955, pg. 75], a la vez que expresa su opinión al respecto, lo refiere en estos términos: «Estando en funciones de alcalde don Gumersindo Rosales, se suprimieron definitivamente las hogueras; decía él, con su habitual gracejo, que eso era una costumbre marroquí y, con indudable acierto, lo prohibió. Suponía, por lo menos, un grave riesgo de siniestro para los edificios del contorno». El Dr. Rosales fue también médico del Hospicio de León, primer presidente de La Venatoria, sociedad deportiva y recreativa fundada el 30 de mayo de 1906, y, además, propietario de uno de los primeros automóviles que circuló por nuestra ciudad.

De cualquier manera la fuerza de la tradición es incoercible. Lo confirma y revalida una escueta referencia periodística, [PROA, 24.06.1949, pg. 6], que cumple siete décadas. Es ésta: «En el paseo de Papalaguinda se quemó ayer la tradicional hoguera de San Juan y con ella, simbólicamente, la popular Tarasca». Actualmente, en la zona de Eras de Renueva, junto al I.E.S. del mismo nombre, a las doce de la noche del Santo Precursor se lleva a cabo el encendido de la hoguera. Asimismo, en la plaza de Puerta Obispo, poco antes de la medianoche, arde también ‘La hoguerina de San Juan’. Ambas son dos exponentes, por decirlo así, de nuestra fidelidad a unos ancestros enraizados en nuestra tradición cultural.

La noche de San Juan es la noche más breve del año. Y la hoguera es luminaria festiva en la noche sanjuanera, siempre mágica, siempre misteriosa, noche de embrujo y verbena, de entretenimiento y diversión.

Máximo Cayón Diéguez es cronista oficial de la ciudad de León.
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