La hoguera de los deseos

23/06/2020
 Actualizado a 23/06/2020
Guardar
Hay algo en el fuego que hipnotiza. Esa danza sobre la madera a la que saca los colores a base de vestirse de grados centígrados. Ese despuntar de las llamas que se crecen sobre sí mismas hasta convertirse en humo y dibujarse en las nubes. Sobre la hoguera de San Juan hay un relato romántico que va incluso más allá de todo eso. El fuego se une a los deseos, que, a su calor toman un empuje mágico por el que pasan a cobrar vida en otra dimensión. El 23 de junio se enciende el mechero, bueno, este año no. Pese a que el puñado de deseos se ha convertido en un tráiler regado por un bicho al que seguimos tratando de don, no hay cerilla ante la pandemia que permita cumplir con el ritual aprendido de la catedral ardiente. Se borra cada fiesta, cada san algo de cada pueblo que lo espera como espera a los suyos escapados del rural para tallar un futuro. Las visitas anuales, los besos a la llegada, esos botillos compartidos en mesas de no menos de la veintena de comensales. Las bombas al cielo, los bailes pendulares que nunca aprendimos. El tractor amarillo, el sobreviviré, el gallego en la luna…los grandes hits del verano rural, se quedan en un ojaláescrito a bolígrafo, desinfectado después y motivando una lágrima que cae sobre nuestra mascarilla ffp2. Esa es la nueva normalidad pasada por la noche más corta del año. Sin plazo para acomodarse a ella, le asalta un San Juan que se queda sin pies descalzos sobre la incandescencia del fuego, pero que ha convertido el deseo en doctrina de subsistencia. Más de tres meses viendo abrazos sobre el queso fundido, dudando de si la envoltura de piel propia es la sentencia ajena, aprendiendo a ser solidario al rechazar un apretón de manos, a dar un pésame telepático, a desear sobre un papel… Tal vez ahora sabemos que nunca seremos los mismos, o que aún así nos empeñaremos en serlo, ignorando esa guillotina que amenaza con acariciarnos el cuello.
Lo más leído