La eutanasia en tiempos de pasión y muerte

Antonio Blanco Mercadé
24/03/2021
 Actualizado a 24/03/2021
Acaba de aprobarse la Ley Orgánica de regulación de la eutanasia (LORE), tras años de intenso enfrentamiento social y sin que haya tenido lugar un debate sosegado. Mientras unos ciudadanos lo celebran con alborozo, otros lo lamentan profundamente. Querámoslo o no, la muerte siempre está de actualidad, pero especialmente ahora, durante la pandemia que nos castiga la salud y el bienestar y que está alterando profundamente nuestros hábitos de vida, hasta el punto de impedir, paradójicamente, las tradiciones de Semana Santa que recuerdan la pasión y muerte de Jesucristo. Precisamente este escenario es ideal para que reflexionemos sobre la muerte propia y el tiempo final de nuestra vida, haciéndolo por encima de nuestros prejuicios. Ahora es un buen momento, aunque hablar de la muerte pueda parecer algo inadecuado y de mal gusto en una sociedad que trata de ocultar la realidad de un hecho inevitable y universal. La vida es para todos un viaje sin retorno y la muerte es un fenómeno cultural, más allá de otras consideraciones biológicas o trascendentales.

Ante una enfermedad muy grave o incapacitante, especialmente en su fase terminal, se produce en la persona que la padece un gran sufrimiento, que en algunas ocasiones llega a hacerse insoportable. Este sufrimiento puede producirse por causas físicas (como el dolor intenso, la asfixia…), psíquicas (depresión…), sociales (soledad no deseada, dependencia sin ayuda…) o incluso espirituales o existenciales. Ante este problema, que requiere un abordaje multidisciplinar para atender a la persona enferma en su conjunto, la medicina en concreto dispone –al menos en teoría– de los medios para intentar paliar o mitigar el sufrimiento. La cuestión estriba en que esos medios (materiales y humanos) pueden resultar ineficaces en algún caso o ser insuficientes para cubrir todas las demandas existentes. Además, aunque puedan ofrecerse, la persona a veces optará por adelantar el fin de su vida biológica, especialmente cuando entiende que su vida biográfica ya se ha completado o que no podrá cumplir su proyecto vital, porque existen motivos de enfermedad que lo impiden.

La LORE entrará en vigor muy pronto y algunos enfermos podrán ya solicitar ayuda para que se adelante su muerte, porque padecen un sufrimiento insoportable y no desean seguir viviendo así. Nos piden que apartemos de ellos esa copa. Ante esa situación, un médico deberá explorar los miedos del enfermo y conocer las causas que le provocan el sufrimiento, repasando las medidas que se han adoptado al respecto y ofreciéndole aquellas que estén disponibles para paliarlo, como alternativa a la eutanasia. Está claro que todos tenemos que exigir cuidados paliativos de calidad, ayudas a la dependencia y otras medidas sociales para todas las personas que lo necesiten, aunque pueda parecer una utopía. Por otro lado, la decisión del enfermo tendrá que ser voluntaria y libre, adoptada en ausencia de cualquier manipulación o coacción y tras haber recibido la información adecuada. Y por último, tras una petición reiterada, si se cumplen todos los requisitos citados, un médico adelantará a esa persona el final al que todos estamos abocados, pero se hará de forma controlada, con humanidad y compasión. Eso no deberá socavar la confianza del enfermo en el médico; al contrario, porque los médicos tenemos que acompañar siempre a la persona enferma, y de modo especial cuando no la podamos curar y cuando, muy excepcionalmente, con todo nuestro dolor, tengamos que ayudarla a morir porque esa es la mejor conducta. Morir bien es algo muy saludable.

Antonio Blanco Mercadé es médico y presidente del Comité de Ética Asistencial del Área de Salud de León.
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