La España vaciada echa en falta una mayor oferta de ocio

Uno de los grandes problemas de la despoblación en muchas zonas del interior peninsular, no solo es la falta de oportunidades laborales, sino la dificultad de encontrar una oferta variada de ocio

L.N.C.
28/09/2020
 Actualizado a 28/09/2020
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Calles desiertas, fábricas cerradas, bares que funcionan a medio gas. Es el panorama latente en muchos lugares de España, signo inequívoco de la España vaciada. La ausencia de instalaciones deportivas, recreativas o espacios culturales reduce a la mínima expresión la posibilidad de que los jóvenes se desarrollen en sociedad y más allá de internet. Ni siquiera entretenimientos como videojuegos, casas de apuestas como retabet o lectura online están aseguradas en pueblos donde la conexión a internet no es del todo fluida, lo cual dificulta aún más la tarea de fijar población y revertir la tendencia demográfica negativa que reina desde hace lustros.

Madrid, Cataluña, País Vasco, Comunidad Valenciana y los dos archipiélagos (Baleares y Canarias) reciben cada vez más gente de muchos puntos de España, hastiados de remar contracorriente en sus pueblos de origen e intentar frenar una dinámica que cada año provoca la desaparición de municipios. El verano no basta para dotar de vida zonas deprimidas en lo económico, incapaces de encontrar empleos estables y de calidad, y que ven cómo el sector primario, cada vez más mermado, no es capaz de hacer que las escuelas sigan abiertas y las familias desarrollen su vida. El teletrabajo no será efectivo hasta que sea posible emprender desde zonas rurales, sin que las conexiones a internet sean una penalización, pero también sin una oferta de ocio completa.

Especialmente significativo es el caso de Castilla y León. El radio de influencia de Madrid es muy grande y la capital de España no hace más que crecer en los últimos tiempos, aglutinando gente que ve en el estilo de vida urbano la gran posibilidad de progresar. Los jóvenes tienen que abandonar sus lugares de origen para estudiar, ya que son muy pocos los que continúan con negocios familiares ligados a la agricultura o ganadería. Salir para formarse y volver para poner en práctica todos los conocimientos es algo que solo se hace en algunas áreas con un tejido industrial que aporte valor añadido, pero que resulta difícilmente extrapolable a muchas zonas del interior peninsular.

Los efectos sociales son devastadores ya que las sociedades rurales cada vez son más envejecidas y tienen más problemas de conectividad. A nivel político, se lleva mucho tiempo reclamando una solución, pero ésta requiere de un largo plazo y fuertes inversiones para cambiar una estructura de país forjada durante siglos y que se ha visto acelerada en los últimos decenios. El afán centralizador de muchos gobiernos y la baja rentabilidad del sector agrícola han provocado movimientos migratorios masivos hacia las grandes ciudades, tal y como indica La Nueva Crónica.

Los cambios sociales que pueda generar la pandemia del coronavirus podrían ser vistos como una oportunidad para potenciar las bondades del mundo rural, dotando al mismo de un horizonte de futuro en lo económico que permita atraer gente. De nada sirven iniciativas puntuales para atraer familias con ventajas fiscales y financieras si no hay toda una estructura bien jerarquizada, en la que el acceso a un hospital a poca distancia, escuelas, institutos y, por supuesto, lugares de esparcimiento en el que los jóvenes no echen de menos la conectividad permanente y oferta cultural de las grandes ciudades.
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