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La enredadera y la hiedra

15/10/2018
 Actualizado a 17/09/2019
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Este verano en León fue tiempo de enredadera y de pesquisas judiciales en torno al empresario Señor Ulibarri, eje de la supuesta trama de corrupción, que se investiga, y acusado de tejer una amplia red de corruptelas en torno a la irregular asignación de contratos a cuenta de las administraciones. Pero al cronista no son estas las enredaderas que le ‘provocan’, aunque las deteste, sino esas otras, vegetales, que crecen y suben por las paredes y los troncos, asfixiando todo cuanto abrazan, como el poder. Es la hiedra. Ella es quien, en su mortal abrazo de hermosura, termina por asfixiar árboles centenarios y edificios en retirada casas y casetas, en las que la vida humana señoreó una vez.

A la primaria admiración de la hiedra, al contemplar esos hermosos abrazos verdes que se dan vegetal y piedra, o vegetal y adobe, y que embellecen las calles vacías de los pueblos de la infancia, viene pronto a añadirse la comprobación de que estos finos tentáculos, como algo vivo que son, comienzan a introducirse por las rendijas de ventanas, aleros y cañerías, reventando hasta la memoria de todo aquello que constituía la propia vida familiar de generaciones de gentes que tuvieron el privilegio de no verse obligados a emigrar.

Y es entonces cuando nos damos cuenta de que tiempo y enredadera son sinónimos, vida y hiedra, amigos y enemigos, padrinos y hermanos. «Hiedra que sube, oscura y silenciosa, / por el gallardo tronco de la palma» dice el leones Gil y Carrasco en aquel canto a Espronceda que leyó el 9 de mayo de 1842 ante el cadáver del genio, en la Sacramental de la Puerta de Atocha de Madrid. Hiedra que es enredadera en busca de un abrazo mortal. Como lo es esta manía de los poetas de salir en defensa de la enferma belleza de crepúsculos y claroscuros, en los que creen, creemos, encontrar una salida para el desesperante instante que nos atrapa en el deseo de volver.

Pero la ‘operación enredadera’ no es la operación chapuza. Nada que ver. Aunque las dos requieran de una afilada saña que las corte de raíz, sin miramientos, sin tener en cuenta que, según el punto de vista que se miren, ambas podrían ser cantadas y traídas a cuento en algún momento fúnebre fatal.

Lo que, sin duda, sería propasarse es llamar a nadie «lucero milagroso» como hace Gil y Carrasco con Espronceda; como no procede llamarle a San Bartolo «caballero rutilante» como las mozas de Veneros cantan. Pero lo seguro es que las enredaderas, como la ampulosidad, hay que podarlas pronto, y sin miramientos, por lo que pudiera ser.
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