"La edad solo fue una anécdota, lo importante fue su vida"

Ascensión Ramón saltó a todos los medios de comunicación cuando cerró su cantina en Bárcena de la Abadía después de un siglo a pie de mostrador. Pero sólo era la última línea de una biografía ejemplar de trabajo. Acaba de fallecer cuando iba a cumplir 105 años

Fulgencio Fernández
23/09/2019
 Actualizado a 23/09/2019
Ascensión cerró el bar con 104 años pero con frecuencia se ponía detrás del mostrador y servía un café a los amigos que la visitaban. | LAURA PASTORIZA
Ascensión cerró el bar con 104 años pero con frecuencia se ponía detrás del mostrador y servía un café a los amigos que la visitaban. | LAURA PASTORIZA
El último mensaje que Ascensión le dictó a su hijo Higinio es del día 18 de septiembre y decía así: «Hola, soy Ascensión, el próximo día 8 de octubre es mi 105 cumpleaños y mis hijos quieren celebrarlo el día 12. Quiero invitartepara que nos acompañes ese día. A las 13.30 tendremos la misa y luego la comida... y la cena. Te espero. Un beso».

Y en una posdata añadía: «No se admiten regalos, ni flores ni ningún otro objeto, por favor, el regalo es tu presencia». Firmado Ascensión Ramón, desde Bárcena de la Abadía.
No fue posible pese a buen estado de ánimo tan solo hace unos días. Este sábado sábado falleció —«a esa edad ya se sabe»— y este lunes será enterrada en el pueblo donde regentó durante tantos años la cantina, Bárcena de la Abadía, donde se afincó a las 17 años pues ella había nacido en Chano (Peranzanes).

Ascensión saltó a los medios de comunicación en la recta final de su vida por un par de anécdotas, significativas pero anécdotas en una biografía mucho más ejemplar. Primero al ser nombrada Socio de Honor del Bibliobús como usuaria más anciana, al cumplir los 100 años, y después en las primeras semanas de este 2019 por una carta abierta para anunciar que cerraba su bar «después de cien años detrás del mostrador» pues con 4 años ya ayudaba a sus padres, que tenían una de aquellas históricas tiendas/bar. Todas las televisiones nacionales pasaron por Bárcena, hablaron con Ascensión, disfrutaron de su lucidez y escucharon su reivindicación de que «los trenes rápidos lleguen hasta el Bierzo, que buena falta nos hacen y nos los han prometido muchas veces».Pero la biografía de esta mujer que nos acaba de dejar fue mucho más importante antes de saltar a los medios. La andadura vital de Ascensión es un ejemplo de mujer trabajadora y valiente, buena, esencialmente buena te repetían los vecinos. Desde niña ayudó en casa —«con cuatro ya atendía la taberna de mis padres en Peranzanes»— como tantos en aquella época, pero la vida le fue poniendo muchas pruebas. Ya en Bárcena, casada con Santos y madre de siete hijos se queda viuda con 45 años a causa de la silicosis de su marido. El dolor no le impidió, ella decía que la ayudó, tirar para adelante de aquellos siete chavales, que el mayor estaba en la mili en Valladolid y el pequeño, ese Higinio al que dictó su última carta, tan solo tenía 4 años pues «aunque Santos tenía muchos años de mina no me quedó ni una mísera paga, las cosas eran así entonces».Ese «las cosas» eran así entonces lo explicaba Ascensión como nadie, torciendo el gesto como con tristeza en los recuerdos. «Fíjate el hambre que había que a los más pobres llegaban a darles las mondas de las patatas otros vecinos para que el caldo tuviera algo de sabor». Siempre hablaba Ascensión de la ayuda entre los vecinos, también con ella. «Conmigo fueron buenos y yo con ellos».Tenía Ascensión, quizás por la memoria de Santos, especial predilección por aquellos viejos mineros que pasaban por su cantina. «Tengo grabada en mi memoria de niña el color negro de los mineros cuando salían del pozo y pasaban por el pueblo; y también el blanco del amanecer cuando con el candil de carburo al hombro entraban en la cantina a tomar una copa de orujo para animarse ante la tarea que les esperaba».

Aquella cantina fue de todo, bar, fonda, carnicería... y en los nombres por los que era conocida lleva escrita la biografía de Ascensión. «Primero fue el bar de Santos, después la Casa de la Viuda y ya finalmente el bar de Ascensión, ése que en la carta de despedida escribía que ‘cierro el negocio pero la puerta sigue abierta’. Y cumplió con ello, abierta estaba y ella en el interior, muchas veces leyendo —«la peor noticia de niña era que no pudiera ir a la escuela, me gustaba mucho»—, siempre dispuesta a hacerte un café y también un reproche: «¡Cómo no dijiste que venías! Te hubiera hecho unos callos».

Ya no será posible. Y mira que eran buenos, pero no tanto como ella.
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