09/11/2020
 Actualizado a 09/11/2020
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La vida post-covid está haciendo estragos en la población. Lo llaman ‘síndrome confusional’. Han sufrido el contagio y, al superarlo, no consiguen articular palabras tan comunes como sartén. ‘Brain fog’ (niebla mental) lo llaman en el extranjero. Cagalera mental, decimos los de pueblo. Y aseguran que no hay nada que hacer. Pero nosotros, los poetas mediocres, los pintores ignorados, los músicos sin público, y los pobres de pedir, disponemos de un arma letal. Porque escribir poesía, pintar, aprender música, o mendigar, es ir llenando los arcones del recuerdo, y guardando provisiones para cuando llegue la edad de recordar.

Lo dice Platón, en el Fedro, que los jardines de letras hay que plantarlos para la edad del olvido, para cuando haya que atesorar medios para recordar. Pero, ¿cuándo comienza esa edad del olvido? Porque, una respuesta obvia sería: comienza con la vejez. Pero ya vemos que hay otras vicisitudes. Por eso podemos encontrarnos con que esa edad se nos presente antes del final. Y es para entonces para cuando sirve lo escrito, lo pintado, lo cantado, lo bien hecho, cuando, comprobando que ya casi nadie se atreverá a ofendernos, nos podemos poner a recordar. «Recuérdame, que recordar es volver a vivir. El tiempo que pasó recuérdame».

Uno está pudiendo comprobar lo acertado de lo dicho por el filósofo, releyendo, no solo lo suyo sino también lo de los amigos. Y es exacto lo que aquel predijo: «Disfrutará viendo madurar tan tiernas plantas, y cuando otros se dan a otras diversiones y se hartan de comer y beber de todo cuanto con esto se hermana, él, en cambio, pasará, como es de esperar, su tiempo distrayéndose con las cosas a las que me refería». Porque el olvido no solo nos viene impuesto por la pérdida de la memoria sino también por el desplazamiento social al que nos vemos sometidos quienes vamos entrando, a la deriva, en los meandros finales del vivir, alejados de las montañas y los valles, y perdidos en humedales en los que anidan las aves migratorias y se esconden toda clase de sanguijuelas y de ansiedad. Y es ahora cuando necesitamos abrir los arcones y rebuscar viejos poemas de amor y de protesta, y fotografías en las que aparecemos reclamando libertad y trabajo, y comprobando que las fechas corresponden a tiempos verdaderamente duros y difíciles, lejos de estos en los que unos jóvenes salen a destrozar la noche de la catedral reclamando una libertad que ya tienen y que, al parecer, no saben usar bien.

Niebla mental, como la de ese loco presidente americano, endiosado por la pandemia de un poder omnipotente.
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