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La disolvente realidad

22/06/2020
 Actualizado a 22/06/2020
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«La disolvente realidad acaba erosionando el oropel del ideal». Lo afirma Toño Manilla en su novela ‘Todos hablan’ y se queda tan ancho. Habla del matrimonio que hace aguas; el de dos leoneses, él un cargo político y pretendiente de poeta, y ella la clásica señora de rompe y rasga. Y si lo dice Manilla, uno de nuestros mejores poetas, y colega del cronista en multitud de enredos, montañeses y de los otros, pues ya les vale a los lectores. Que se preparen.

Para uno de León convertir la ciudad, su ciudad, en todo un personaje literario, ha ocurrido y ocurrirá siempre como inevitable. Y no es el cronista profesor ni crítico literario para repasar aquí los casos más solemnes. Esa idea de hacer corretear a sus atrabiliarios personajes por ese León oculto y escondido, nocturnal, de antros y casas de luces de colores, entendiéndolo como una «ciudad raposa» como bien explicitó Agustín Delgado, quien lo ha llevado en nuestro tiempo al máximo ha sido Luis Mateo Díez.

Continuador de lujo, y con la misma labia que el de Villablino, el gran poeta Toño Manilla, comienza asegurando que ‘Todos hablan’ «no es una novela negra»a pesar de los asesinatos. Una saga de personajes, en ese hábitat, se desenvuelven entre «el bebercio», la poesía, y los amores desafortunados, con una soltura que viene envuelta en un lenguaje ya muy trabajado en los libros de poesía que el autor nos ha ido dando. Ello hace que podamos estar ante un nuevo embate de gran literatura sustentada en la ciudad, cada vez más vacía de trabajo y más llena de ingenios que hacen de la supervivencia toda una filosofía.

Las tabernas del Húmedo, el paseo de Papalaguinda, y los barrios de las afueras, sirven de escondite para unos seres perdidos en esa ciudad de Entreríos, en la que comienzan a aparecer cadáveres de prostitutas de origen lejanísimo, que parecen destapar todo un entramado oculto de una forma de vivir que no se ajusta a la norma tradicional de una ciudad tranquila. «Esta es una obra de ficción. Cualquier discrepancia con la realidad es mera coincidencia» nos asegura el autor. Por eso al lector le resultará fácil identificar a la mayoría de los protagonistas y hasta ponerles caras conocidas.

Al cronista le interesa especialmente esa prosa tan certera, y a la vez tan poética, que Toño Manilla maneja al estilo del maestro Mateo, al servicio de una serie de reflexiones, digamos filosóficas, acerca del comportamiento de los personajes, como perdidos en un mundo en el que no es posible ejercer de otra cosa que de perdidos y «esnortados».
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