14/02/2016
 Actualizado a 16/09/2019
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No nos arregla nada saber de quién fue la culpa porque eso no nos soluciona el problema. Pero para mí que la culpa no la tuvieron ni Yoko Ono ni el chachachá sino Wert que tuvo la habilidad de poner pies en polvorosa cuando su verso, que no era ni de un verde claro ni de un carmín encendido, tocaba a su fin. Los suyos cometieron el error de dejarse guiar por el refranero y le pusieron puente de plata al que ya debían considerar el enemigo. Y hasta le otorgaron una suculenta embajada ante la OCDE (¡!) con derecho a residencia gratis en la avenida Foch parisina para que fuera feliz en su segunda luna de miel. La OCDE es, vista en perspectiva, algo así como un panal de rica miel. Pero la obra de Wert no se fue (lástima) con él a París sino que quedó aquí, enmarañada, confusa e inacabada, para desgracia de los dos millones y medio de estudiantes que, así a ojo, pueden estar cursando secundaria y bachillerato en España (incluida Cataluña) de los cuales más de ciento veinte mil son de los nuestros (de Castilla y León, quiero decir). Y, por supuesto, de los centenares de miles de profesores a los que se les pide hoy una cosa y mañana su contraria y que carecen de las respuestas más elementales a preguntas fáciles. Esas preguntas que, de tan fáciles que son, han terminado por ser retóricas. Y henos aquí a estudiantes y profesores intentando saber qué va a ser de lo nuestro no ya ahora, sino el año que viene; procurando no ponernos muy nerviosos ante la imposibilidad de planificar nuestro trabajo; sonrojándonos lo justo sin dar crédito a lo que ocurre.

A Wert hay que dedicarle los mismos versos que Marcial a Catón con motivo de su presencia en las Floralia: «Si conocías el dulce rito de la divertida Flora/ los festivos juegos y la licencia del vulgo/ ¿por qué severo Catón, viniste al teatro?/ ¿Acaso habías venido para marcharte?»
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