04/02/2021
 Actualizado a 04/02/2021
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El Pacto para la Reconstrucción solo aguantó la primera ola de la pandemia. Aquel espejismo de acuerdo entre gran parte de los partidos de Castilla y León que fue ejemplo en el resto de España es otro de los juguetes rotos que continuamente deja la política. Aquella foto en la escalinata del Colegio de la Asunción para afrontar juntos la tragedia anda vagando por la manoseada ‘nueva normalidad’ que nunca terminó de llegar y se parece cada vez más a marzo del 2020. Pasó el verano y enseguida se lanzaron las críticas, los incumplimientos, las trampas y el entre líneas. Me considero incapaz de decirles con certeza cuánto ha cumplido la Junta de lo firmado. El gobierno de coalición aseguró hace un par de meses que andaba finiquitando los deberes con un noventa por ciento. Pero la oposición, los agentes sociales y multitud de colectivos profesionales se sienten engañados y utilizados.

Todo esto ya lo sabíamos. Que el pacto está destrozado desde hace meses y que Castilla y León ha dejado de ser una tierra sensata donde eran posibles los consensos. Más aun con la otra gran bandera, la del diálogo social, aguantando la tempestad a duras penas y el toque de queda en los tribunales. Sin embargo, la carrera por el titular controvertido en la que se ha perdido lo que queda de Podemos en nuestra comunidad (que viene a ser solo Pablo Fernández) nos ha dejado una de las páginas más vergonzantes de nuestra reciente crónica parlamentaria. Para arañar titulares el lenguaraz portavoz de perfil de hidalgo cervantino aseguró que «se han cagado en el pacto de reconstrucción, el señor Mañueco y el señor Igea se han ciscado en el pacto». Enguarró él solito su habitual verborrea elevada cuajada de sinónimos. Un discurso indigno para unas Cortes acostumbradas al infierno pero no al suburbio. De la política chabacana vienen nuestros lodos. Justo después pidió respeto ante la soberbia del gobierno. El respeto solo se merece respetando.
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