La Cabrera hoy

Por Andrés M. Oria

Andrés M. Oria
10/11/2019
 Actualizado a 10/11/2019
Los paisajes de Cabrera, en este caso de Nogar, tienen en estas fechas de otoño un encanto realmente especial, llenos de colores y magia. | PEPE LIÑÁN
Los paisajes de Cabrera, en este caso de Nogar, tienen en estas fechas de otoño un encanto realmente especial, llenos de colores y magia. | PEPE LIÑÁN
Con motivo de la publicación de Flores de hinojo [Eolas, 2019], agotado en su primera edición, he tenido la oportunidad de volver a una comarca que sigue quedando demasiado lejos y olvidada para la mayoría de los leoneses. Y no quiero ni pensarlo, más allá de la provincia.

Invitado en agosto a la IV Feria del Libro de Truchas, organizada por el Centro de Estudios Cabreireses, del que es director Iván M. Lobo, tuve la ocasión de saludar a amigos entrañables como Seve y Pilar, reconocidos pintores asentados desde hace años en Truchillas, la fiscal hija de Clemente, de Trabazos, la hija de Celso, de Quintanilla de Losada, y tantos otros, presentes en el libro, algunos ya lamentablemente desaparecidos.

El 19 de octubre fui invitado a Nogar, concurrido por la celebración de San Lucas, fiesta que reúne a los de aquí y a los que vienen de fuera, siempre muy celebrada por caer en ese tiempo otoñal, cuando la recolección del fruto estaba ya concluida y todo se disponía para la larga invernada. En ese hermoso pueblo, hoy algo deteriorado por el abandono, tuve la ocasión de hablar y recordar a viejos conocidos y de comprobar una vez más la humanidad y la acogida calurosa de esta gente de Cabrera.

He sido invitado también, el dos de noviembre, a hablar del libro en Castrillo y en Corporales. Qué momento tan emotivo hemos vivido —asistía también al acto el pintor Sendo— en el local de la Asociación Cultural, que es en realidad el bar de todos. Y prácticamente todos acudieron esa mañana oscura y luminosa a la vez del puente de los Santos. Los que aún se resisten a partir y los que vienen para el reencuentro con lo suyo.

Allí estaban los hombres y mujeres a la espera de la palabra. Santo cielo, qué compromiso. Víctor, que lo había organizado con Iván M. Lobo, y su madre, empeñados en llevarnos a su casa al concluir el acto. También estaban, atentas y sonrientes, las dos sobrinas de Luisa, «la vaquera de Saceda», tempranamente desaparecida. Y Florentino, con uno de sus nietos, algo sordo, pero tieso aún, protagonista de un capítulo para mí entrañable. Y aún contando sus historias. Por ejemplo, la de la cartería de estos pueblos, que desempeñó su familia desde los años ochenta del siglo XIX, pues habían sido carteros, además de él, su padre, su abuelo y su bisabuelo; y ahora su hija, viuda desde muy joven, como se recuerda en el libro.

También tuvo tiempo Florentino, el Cartero, de recordar cuando de recién casado, en los años sesenta del pasado siglo, viajó a Holanda en un tren de emigrantes de Galicia y otras partes de por aquí para trabajar en un matadero entre Amsterdam y la frontera alemana. Iba con papeles oficiales, en viaje organizado desde instancias administrativas de la provincia, con los gastos pagados y un trabajo garantizado, eso sí, durante un tiempo, a prueba. Porque en caso de no ir bien, por la causa que fuera, tendría que regresar, también por cuenta de la administración. Y, cosa curiosa, el contrato incluía la obligación de ingresar la paga mensual en una cuenta a nombre de la esposa. Por si alguien tenía la tentación de dilapidarlo allí. ¿Razón? Supongo que de esa manera llegaba a España una lluvia de divisas que hizo posible, junto con el turismo, la industrialización y el prodigioso salto adelante de la economía nuestra de aquellos años, base de lo que somos hoy. Así que estos son los artífices y supervivientes del milagro. Y los cerebros pensantes, los políticos tecnócratas que habían sustituido en la administración —ministerios, subsecretarías, etc.— a los militares que habían ganado la guerra.

La apuesta resultó exitosa, aunque a costa del sacrificio de muchos compatriotas que tuvieron que abandonar casa y familia para enfrentarse a lo desconocido. Y ahí, en la emigración y en el propio desarrollo económico, residen algunos de los secretos que nos explicarían la despoblación de hoy. Los orígenes de esta España vacía y vaciada que tanto nos preocupa, a ratos.

En eso estoy pensando, mientras miro este paisaje espléndido y sobrecogedor, la hoz profunda que ha excavado el río Cabrera entre la sierra de su nombre y la del Teleno, alongada en los montes Aquilanos. El gran tajo que ha vertebrado de alguna forma la vida en estos pagos desde la cultura castreña a nuestros días, pasando por los tiempos cuando Roma recogía el agua de los ríos y arroyos para llevarla a las explotaciones auríferas de las Médulas a través de kilómetros de canalizaciones aún visibles en las laderas. O los tiempos medievales, cuando el factor vertebrador eran los eremitorios dependientes del monasterio de San Pedro de Montes, centro de la Tebaida berciana. Maravilloso paisaje que el otoño viste de verdes deslumbrantes y amarillos que se van haciendo granas, ocres, pardos, por las laderas abismales. ¿Cómo hemos olvidado la naturaleza para refugiarnos en la ciudad? ¿Solo por la economía? Cómo nos hemos alejado tanto de las raíces, de los orígenes. Sigo pensando también en todo eso desde Corporales, donde Iván M. Lobo ha organizado un nuevo acto, con el Teleno al fondo, coronado de nubes que pronto descargarán su bendición de nieve, acompañado por Manuel Garrido, cura durante muchos años deumerosos pueblos cabreireses y fino escritor de culto; para lectores secretos, que también los hay. ¿Qué podemos hacer hoy por este mundo encantado que se nos va? Es la gran pregunta, a los ciudadanos de a pie, administración y partidos. ¿Cómo hacer algo por la España que de una u otra forma hemos contribuido a vaciar?

Para empezar, propondría arreglar un poco, no mucho, solo un gasto razonable en el ancho, asfaltado y quitamiedos, la carretera tan necesaria para los que viven aquí, para los viajeros que se acercan, como yo, circunstancialmente, y para los que podrían venir a pasar unos días en plena naturaleza. Como venían antaño los reyes de León.

¿Sería mucho pedir? Dejemos de darle vueltas y pongamos algo de nuestra parte en un asunto que es de todos y en el que, aunque no lo parezca, nos va la vida. Una vida mejor.

Andrés M. Oria es autor del libro de viajes por La Cabrera ‘Flores de Hinojo’
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