La bicicleta ‘de carrera’

24/10/2018
 Actualizado a 05/09/2019
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Cada casa del viejo León es un museo al aire libre. O mejor un Centro de Interpretación de lo que fue un siglo que se nos ha ido y parece que no ha pasado por aquí.

Pocas lecciones de historia pueden superar a aquellas paredes que quedaron a la vista de los viejos edificios cuando el apretón del ladrillo tiró fachadas a destajo pero dejaba a la vista los viejos azulejos blancos negros del carbón de la cocina, las habitaciones de papel pintado que fueron una de aquellas novedades del tiempo de la uralita, aunque se demostrara nociva sólo para la estética, no para la salud.

El imprevisible Escobar colocó su viejo Seat 1400 — aquel que con la matrícula LE-10.000 fue el taxi que llevó a más mozos de vuelta a casa después de cualquier fiesta con el peligro de que parara a comprar un gocho y lo metiera en el maletero— subido encima del techo de la cochera, lo colocó allí para que todo el que pasara por la carretera de Orzonaga recordara la vieja historia de las fiestas, los carniceros, los tratantes, los compradores de pieles, los pellejeros... que todo lo fue este paisano del bigotón.

En un portal de una calle, como Serranos por ejemplo, puedes encontrar aquellas puertas pintadas de azul para celebrar que se iba saliendo de los años grises, aquellas casas con llamadores a la vieja usanza que nada tienen que ver con timbres o porteros automáticos, aquella luz que se enciende desde dentro para las visitas a última hora y, sobre todo, aquella bicicleta que sustituyó a las de barra y sillín, a las de portabultos para llevar el bocadillo camino de la fábrica, pues con ese manillar de cuernos ya era una «bicicleta de carrera», para recorrer millas por el placer de andar en bici.

Ilustre macetero, no lo dudes.
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