La belleza del silencio

20/02/2019
 Actualizado a 17/09/2019
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Hay imágenes en las que es obligatorio pensar antes de hablar, respirar antes de abrir la ‘bocona’ y recordar antes la belleza del silencio según los datos que guardas en el desván de la memoria (no quiero decir ‘en el baúl de los recuerdos’ no vaya a ser que cobre derechos Karina por la frase).

La última vez que repetí la enésima visita a ese prodigio del agua que llaman ‘cola de caballo’ en Nocedo, disfrutando del frescor que despide la cascada al golpear contra las paredes de la roca que la custodia, eran compañeros de balcón dos adolescentes que decidieron estrenar el carnet de conducir viajando a la cascada y sellarlo con un beso medio furtivo –porque no pude evitar mirarlos (la envidia es muy mala)– y colocando en la barandilla un candado que él colocó y ella cerró. Un nuevo beso, ya nada furtivo, y un adiós en voz baja cerró una escena que bien merecía como telón de fondo el espectacular torrente.

Aún pensaba en ellos cuando llegaron otros cuatro, creo que desparejados o, si eran dobles parejas, con escasas ganas de estar cerca unos de los otros. Miraron sin demasiado entusiasmo y al reparar en los candados cerrados fueron soltando las opiniones que nadie les había pedido: «¿qué es esto», «tonterías, imitan a un puente de Roma», «siempre imitando, ¿no podían usarlos para algo útil?» «no creo que duren mucho»...

Me estaré volviendo un cascarrabias, pero me pareció muy mal que no entendieran la emoción de un beso, un candado y una cascada.
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