santiago-trancon-webb.jpg

La actualidad compulsiva

01/03/2017
 Actualizado a 18/09/2019
Guardar
El periodismo vive de una invención: la actualidad. Entiende por actualidad «lo que sucede en cada momento». ¿Todo? Evidentemente no, por imposible. Se impone el seleccionar. Es aquí donde la actualidad empieza a diluirse como un azucarillo en el café. Para atraparla necesitamos reducirla a «las noticias del día». ¿Cuántas y cuáles? Hay muchas, casi infinitas, así que hagamos una segunda reducción, al modo homeopático: quedémonos con «los titulares del día». Los titulares resumen, condensan la actualidad y nos la ofrecen en dosis digeribles. El mundo, con lo inmenso que es, con la inconmensurable cantidad de noticias que genera cada segundo, reducido a unas cuantas imágenes y titulares… ¿Cómo hacerlo? ¿Qué seleccionar?

Los más racionales, aquellos a los que nos gustaría que los hombres actuaran siguiendo siempre los dictados de la razón y el sentido y el bien común, pensamos que no debiera haber otro criterio selectivo que la verdad y la relevancia de los hechos. El periodismo no tendría otra función que la de informar sobre hechos verdaderos y relevantes, o sea, aquellos que tienen gran influencia social. Si nació para eso, hoy el periodismo se ha teletransportado a otro planeta donde no rige esta ley de la gravedad. Muy distintos son los criterios con los que se inventa y construye hoy la actualidad.

Dado que el principal objetivo, del que depende todo lo demás, es atraer al lector, oyente, espectador (el consumidor de las ‘noticias’), no hay otra regla que la de usar todos los recursos, trucos, trampas, señuelos, para ‘enganchar’ a ese ‘videoyente’ (lo de ‘escuchante’ es otra memez lingüística parecida a la de decir ‘escuela infantil’ en lugar de guardería). ¿Y qué es lo que más nos atrae? Aquello que más carga inconsciente arrastra y libera: lo escabroso, lo morboso, lo agresivo, lo insólito, lo prohibido, lo escondido. El hombre tiene un rincón, un sótano donde almacena todo tipo de basura, de miedos, frustraciones, deseos ocultos, impulsos reprimidos. Los medios de comunicación han descubierto esta mina, esta charca en la que bucean para seleccionar noticias chocantes, sorprendentes, («rompedoras» dicen algunos),o para teñir cualquier otra con ese ‘brillo’, esa fascinación por lo «nunca visto ni oído».

La actualidad se confunde con la novedad, y la novedad, no con lo nuevo, sino con aquello que ‘sale a la luz’. Esto exige atrapar constantemente el interés y la atención. ¿Cómo? Mediante el mecanismo de la adicción, o sea, la compulsión a la repetición, un automatismo que funciona para evitar el vacío, el silencio, la bajada de la excitación, el síndrome de abstinencia. Los medios de comunicación serios se están quedando pasmados ante la irrupción de este tipo de noticias, porque se están dando cuenta de que, no sólo tienen ya muy poco que ver con la verdad y la realidad, sino que construyen e inventan un mundo totalmente ficticio, pero muy real, capaz de sustituir a la realidad objetiva y adquirir el mismo poder que ella.

Lo que nunca aceptarán algunos medios es que han sido ellos los que han puesto en manos de políticos sin escrúpulos, ese mecanismo, esa capacidad para crear compulsivamente la actualidad apelando a lo irracional, lo reprimido, las emociones e impulsos más primarios. Y los peores han sido aquellos que han justificado todo apelando a una superioridad moral, erigiéndose en guías, redentores, justicieros sociales que se han creído en el deber de ir iluminando y encendiendo la conciencia de los cabreados, los indignados, las víctimas de casi todo. Alimentar el furor, el cabreo, la queja como un medio válido en sí mismo, sobredimensionando cualquier abuso o cualquier desgracia humana (víctimas del machismo, de la guerra, de la pobreza, del sistema, del Ibex 35, de España…). No necesito citar programas de televisión, presentadores, tertulianos, políticos y otros profesionales que viven muy bien de la indignación y la provocación. Cumplen la misión de sostener la compulsión y evitar la vacuidad sobre la que se asientan.

La verdad y la realidad son consistentes y resistentes. Cambiar el mundo exige empeño, objetividad, claridad mental; no basta con despertar y alentar las reacciones compulsivas de ‘la gente’. No basta con manipular el miedo, el odio, la rabia, el dolor, la humillación, si estos sentimientos e impulsos no se usan para construir un mundo más justo, objetivo y consistente, sino para propagar la invención y el delirio compartido y compulsivo, llámese éste independencia, nacionalismo, xenofobia, proteccionismo, supremacismo o populismo.
Lo más leído