19/11/2020
 Actualizado a 19/11/2020
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Que este país está desquiciado es algo que sabemos casi todos sus habitantes. Una de las últimas tonterías (porque, por desgracia, cada día vemos o leemos mil), que más me ha llamado la atención, es la bronca en las redes sociales que le ha montado a Kilian Jornet una de la más preeminentes miembras de la cúpula de la CUP a cuenta de sus habilidades, incontestables, en la naturaleza. Uno, que de más joven era muy andarín, siempre ha envidiado hasta límites enfermizos a Kilian Jornet. Me parece estratosférico lo que hace y cómo lo hace. Es un portento de esa naturaleza a la que ha dominado. Pero lo más importante es que no hace daño a nadie con lo que hace. El bueno de Kilian ha subido al Everest sin oxígeno en un tiempo récord y varias veces; pero eso no significa que todos tengamos que hacer lo mismo. Cada uno, tanto en la naturaleza como en la vida, tiene que conocer los límites que tiene. Quien se envalentona y hace estupideces para demostrar a la sociedad (en genérico), o a su grupo de amigos (en particular), que los tiene más gordos que el toro de Osborne, normalmente lo pagará muy caro, con su vida, con su hacienda o encontrándose, de pronto, más solo que la una.

Pues resulta que los guardianes (as) de la ortodoxia buenista que nos invade y que no nos deja respirar, han descubierto que las hazañas del bueno de Killian son eminentemente capitalistas y que deben de ser erradicadas. Para habernos matado, sin duda. Pero, ¿qué coños tendrán que ver el culo con las témporas? Se empieza con esta tontería y se llega a querer regular la vida de la gente hasta el más mínimo detalle. No exagero y lo sabéis. El otro día, alrededor del pozo que nos sirve como sustituto de barra del bar en la que no podemos tomar el café de la mañana, salió el tema de los chistes. La noche anterior habían puesto en la televisión un especial de ‘Chiquito de la Calzada’. Que si era el mejor humorista de España, que si eran mejores Eugenio o Gila... Al final, alguien dijo, y con toda la razón, que aquellos cuentacuentos hoy se morirían de hambre o, en el peor de los casos, darían con sus huesos en la cárcel. ¿Os imagináis a Gila contando los chistes sobre su suegra en la actual coyuntura patria? Las ‘femi’ lo correrían a gorrazos o pedirían para él garrote vil. ¿O tendríais alguna duda de que García Berlanga, en esta sociedad y con este gobierno, no hubiera podido realizar jamás una película como ‘el Verdugo’ o como ‘Cándido’? Estamos, por lo visto, viviendo en una democracia que abjura del primer mandamiento que toda democracia tiene que tener: la libertad de expresión. Pero, actualmente, solamente pueden ejercerla los que piensen de una manera determinada; y es un error. La sociedad no puede estar patrimonializada por nadie, ni siquiera por un dictador como el que soportamos casi cuarenta años. Tal es así que no logró impedir los chistes de Gila o las películas de Berlanga. A los que ya pintamos canas o directamente nos hemos quedado sin pelo, convirtiéndonos en ‘discapacitados capilares’, nos jode mucho reconocer algunas cosas; por ejemplo, que desde hace treinta años los gobiernos que hemos padecido han tenido todos ellos una deriva autoritaria que da mucho miedo. Que estos mismos gobiernos han hecho todo lo posible para hacernos más pobres, o para que una minoría se haga cada vez más rica. Que han malvendido todo el patrimonio del Estado a sus amigos sin cortarse ni un pelo. Que han apoyado a colectivos pequeños y residuales, pero con una gran fuerza económica y social, para, a la larga, aprovecharse de ellos. Que han luchado por arrinconar las instituciones básicas de la sociedad (la familia, por ejemplo), para intentar conseguir su desestructuración. Que nos han mentido todos y cada uno de los días que han gobernado, sin cortarse ni un pelo, solo con el fin único de tomar o mantenerse en el poder.Por todas estas cosas y algunas más, nos permitimos poner en cuestión a figuras que deberían ser referentes en nuestras vidas, como Kilian Jornet o como Rafa Nadal, cuando en una sociedad sana deberían ser referentes para todos en general y para los jóvenes en particular. Los envidiosos que no pueden subir ni una cuesta de cuatrocientos metros (la tipa de la CUP, por ejemplo) despliegan entonces todo su rencor y toda su saña para desacreditarlos.

Uno no soporta mucho a Pérez Reverte, la verdad. Me parece muy aburrido como escribe y, por lo tanto, hace mucho tiempo que no compro sus libros. Pero, aún así, lo defenderé siempre. Tiene todo el derecho para decir lo que le dé la real gana, aunque uno no esté de acuerdo con la inmensa mayoría de las cosas que dice. Es su opinión y punto. Si no te gusta, pasa de él; si estás de acuerdo, felicidades. Es tan sencillo como esto. Uno, por ejemplo, no ve «nunca» tele5, pero no soy tan imbécil como para hacer proselitismo con ello. ¡Ah!, y otra cosa: ¡dale Kilian, con dos cojones! Ya sabes. «Ladran, luego cabalgamos...». Salud y anarquía.
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