18/04/2020
 Actualizado a 18/04/2020
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Desde mi ventana veo a un vecino paseando por la terraza cubierta de su piso. Camina deprisa, debe ser su rato de deporte doméstico. Pinganillo al canto, se acompaña de la radio para hacer ejercicio. Anda como sonámbulo, casi dando traspiés ‘a lo Cantinflas’, pues ha de sortear obstáculos en su empresa: una mecedora, cajas de madera, la bici estática oxidada que ya no sirve, pero que ahora no se atreve a tirar por aquello del reciclaje-milagro. En el jardín de abajo pasean perros de diferentes razas y tamaños, cómplices de los pájaros y la primavera. Poco tráfico. Muchos carritos.

Llega la noche. Atardece sobre San Marcos. No es un atardecer cualquiera. Es abril sonrosado. Me siento afortunada por poder contemplar tanta belleza cada tarde, aunque los días sin aire puro en vena me hagan sentir que la vida está atravesando una primavera ‘light’, descafeinada. Miro al horizonte preguntándome, como muchos, como todos, cuando acabará esto, cuándo saldremos a la calle sin límites ni fronteras, cuándo los abrazos, los besos, los vinos, los cafés, las bibliotecas. Y me pregunto también el cómo, porque en esos paseos radiofónicos de pasillo se escuchan noticias apocalípticas. La gran depresión. Casi 20.000 muertos. El paro crecerá hasta el 20%. No hay test ni mascarillas. «Esto va a ser la ruina para muchos…». El café de las 12 se vuelve agrio cuando ese collage de noticias se revuelve en mi cabeza como un puzle-pesadilla.

No confío en absoluto en los políticos. El Congreso se ha convertido en un gallinero ensordecedor y aburrido. No me fío del Gobierno ni de la oposición, por mí como si les hacen un Erte a todos y mientras salimos de este atolladero nos dirige un comité de especialistas. ¿En las desgracias sobran egos o ideologías? Saldremos juntos. Es el único camino. Que el empresario ayude al obrero. Que el funcionario tire del autónomo. Que viajemos a los pueblos de España. Que compremos en la tienda de la esquina.
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