22/12/2020
 Actualizado a 22/12/2020
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Ya que hoy se celebra el día de la Lotería de Navidad, hablemos de suerte, o mala suerte.., y es que, no sé a ustedes, pero a una servidora no le hubiera importado gastar su suerte de este año en que el pasado día 9 hubiera salido en el bombo de la Ciberseguridad nuestra querida ciudad de León, agraciada con el gordo de los efectos de un sector que bien hubiera resuelto algo de la ‘papeleta’ que ya desde hace tiempo, y ahora más acuciado por la pandemia, se vive en nuestra tierra.

Es evidente que el mundo tecnológico, en constante crecimiento y apabullante evolución, impide en su mayoría de veces preservar con total garantía la seguridad de la tecnología, por ello, a través de la Ciberseguridad se trata de defender las computadoras, los servidores, los dispositivos móviles, los sistemas electrónicos, las redes y los datos de ataques maliciosos.

Precisamente, a lo largo de los últimos meses y, derivado de la distancia social, se ha visto un notable incremento en el uso de los medios tecnológicos, a través de diversas aplicaciones que, si bien en su mayoría ya estaban en el mercado, los más reacios a esos usos y, escépticos de las tan avanzadas tecnologías, nos habíamos mantenido alejados de ello, y ahora, no nos ha quedado más remedio que sucumbir a las garras del avance artificial.

Una vez más, estando el derecho siempre presente en nuestras vidas, no podemos olvidar el Código de derecho de la Ciberseguridad, realizado por el Incibe. Aunque a muchos les sonará a chino, se trata de un compendio normativo que pretende poner a disposición de todos los profesionales una herramienta donde se puedan encontrar, actualizadas, las normas que afecten directamente a la Ciberseguridad y, facilitar así, el necesario estudio y análisis de una materia que resulta imprescindible para lograr una adecuada protección de empresas, instituciones y ciudadanos.

Entre los millones de avances tecnológicos que en los últimos tiempos estamos teniendo en nuestro mundo, existen algunos conceptos que generan cierto escalofrío, no sólo por el trasfondo y debate ético, sino además, por el sinfín de cuestionamientos jurídicos que suscitan al respecto. No sé a ustedes, pero me preocupa que últimamente he visto con más frecuencia de lo habitual reportajes y noticias sobre los primeros ciborgs, personas de carne y hueso que, con el afán de mejorar sus capacidades orgánicas, se implantan en su cuerpo dispositivos cibernéticos, desde antenas, aletas, etc…

El movimiento transhumanista, que defiende el uso extremo de la tecnología en el cuerpo humano, va ganando poco a poco su posicionamiento y, sinceramente, con la rápida evolución de las tecnologías y, con la facilidad con que se extienden ahora las modas, quizá no tardando, el regalo de Reyes estrella para las generaciones futuras acabe siendo una conversión a ciborg.

Ante estas circunstancias, uno de los aspectos que más debate ha generado en los últimos años, desde el punto de vista legal, ha sido la creación de la inteligencia artificial autónoma. Si bien es cierto que el nivel de la inteligencia artificial existente ha alcanzado cotas tan elevadas que hace apenas una década no se podía imaginar, aún no se llega a alcanzar un nivel de IA que iguale las capacidades humanas, pero… démosle tiempo…

El uso de la IA en la toma de decisiones corporativas y judiciales, o en la innovación y creación de inventos que, si hubieran sido creados por humanos, gozarían de la protección de la propiedad intelectual, ha suscitado en no pocas ocasiones discusiones al respecto.

Así, hay quienes consideran que se debería otorgar personalidad legal a los robots inteligentes, e incluso, en algunos países se han concedido ya ciertos atributos a humanoides, como es el caso de un robot con apariencia física de Japón, que goza de la consideración de residente especial, o el caso de Sophia, declarada por Arabia Saudita como la primera ciudadana robot.

Por su parte, el Parlamento Europeo ya ha considerado la posibilidad de otorgar personalidad jurídica a la IA, al recomendar a la Comisión la creación de un estatus específico para robots, de manera que pudieran ser personas electrónicas responsables por los daños que puedan causar. Pero estas recomendaciones, quizá algo prematuras, provocaron una ola de críticas, que han dejado el debate en cierta espera, aunque no sería de extrañar que en poco tiempo se vea abocado a una aceleración, ante las previsibles circunstancias tecnológicas que nos va a tocar vivir.

Es curioso tener que enfrentar esta idea, en la que la máxima es la supra evolución humana, con la aprobación del pasado jueves, por el Congreso de los Diputados, de la Ley de eutanasia. En todos esos escenarios, siempre existe una delgada línea roja, entre lo humano, lo divino y lo artificial, que no sólo puede quedarse en valoraciones personales, sino en el importante análisis de otras consecuencias, pues a veces, nos estaríamos exponiendo a jugar con fuego.
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