Jugando a Freud

19/02/2019
 Actualizado a 09/09/2019
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Rodrigo ya debería andar trajinando novias por las zonas oscuras del patio del instituto o a las sombras de la iglesia (que son las más alargadas) en las noches de manro o escondite. Y andará, quién lo sabe, pero cuando llega la noche se aferra a un viejo tigre, un oso y un elefante, todos viejos y piojosos peluches de su infancia pues está convencido de que si no hacen cama redonda los cuatro será imposible dormir.

A lo que realmente se aferra es a aquellos sueños profundos de cuando al día siguiente no había examen de matemáticas, no te sacaba al encerado el de sociales, ni te pedía cuentas el alcalde los cristales que amanecieron rotos en lo que llaman el polideportivo.

Todos tenemos paraísos perdidos con formas diversas.

Una leyenda de nuestro deporte puede haber tenido una mala tarde, o más bien se la han dado, y coge carretera arriba, hasta aquella poza helada en la que bañó otras tardes de mejor recuerdo, aunque sepa que las tardes bañadas con el barro de la tristeza también pueden atascarte. Es igual, porque en el horizonte está la poza, la compañía, los recuerdos, los sueños, las tardes que han de volver.

Los tipos más enormes que hayas visto en un pabellón (ellas también) te parece que tocan el techo del recinto y por eso miras para arriba, mira para abajo y verás su mascota, su peluche, sus sueños, su infancia...
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