07/04/2018
 Actualizado a 18/09/2019
Guardar
Tras una semana de bendito descanso, diluvios, emergencias, limonada y pasiones, toca retomar la actualidad o al menos tratar de reflexionar sobre el mundo que nos rodea, sobre las aguas turbulentas que agitan nuestro destino o sobre la esencia de lo importante desde ese yo interior que observa lleno de preguntas los alrededores que delatan su presencia.

No soy una persona religiosa. Procuro evitar en la medida de lo posible, toda esclavitud a dependencia y norma. Tampoco me siento juez de nada ni de nadie. Sin embargo, sí me considero un ser espiritual y la figura de Jesús de Nazareth siempre me ha parecido interesante, importante, necesaria. Hacen falta dioses humanos en esta sociedad que se cree divina. Hacen falta mensajeros de paz, héroes que nos salven de la pobreza no sólo material, sino anímica. El siglo XXI ha nacido con demasiados demonios y pocos Quijotes.

Me pregunto qué pensaría Jesús de Nazareth si viniese a visitarnos y viese en primer plano cómo se ha interpretado su mensaje. La palabra de Cristo, con el paso de los años, se ha tergiversado con ese poder transformador de las voces en el tiempo. Es como si sus palabras hubiesen sido transmitidas a través de un cable roto, terminando por desvirtuarse la idea inicial hasta el absurdo.

Seguramente ver las procesiones le habría impactado. Se habría emocionado ante la profunda fe de muchos corazones que pasean descalzos con la cruz a cuestas enarbolando un sacrificio respetable. Pero también le resultaría chocante ver que su muerte se ha convertido en un reclamo turístico en el que cada ciudad lucha por conseguir más adeptos en sus balcones. Eso le costaría entenderlo. Como también resulta paradójico ver en qué se ha convertido aquella Iglesia perseguida que fundaron sus discípulos. De esa Iglesia ya no queda nada. Desde hace años la Iglesia que cree representarle está más unida al poder político que volvería a condenarlo, como se condena habitualmente lo diferente, lo revolucionario, lo incómodo. Y qué decir de las primeras comuniones, ¿qué diría Jesús? ¿Se rasgaría las vestiduras al comprobar que los niños le reciben en su corazón sin ningún tipo de intimidad, convirtiendo algo espiritual en un escaparate de ‘iPhone’, tablets y bicicletas cuya guinda es un viaje a Euro Disney vestidos de príncipes o princesas?

No sé, no sé si acierto o desvarío, pero yo a Jesús le veo más en el rostro de cada refugiado, en el dolor de las mujeres maltratadas. Le veo en Siria y en las familias desahuciadas. ¿Quién sabe? Tal vez viaje de incógnito a su lado.
Lo más leído