Javier Tomé y la acidez de los noventa

Por José Javier Carrasco

09/06/2021
 Actualizado a 09/06/2021
Javier Tomé. | RIMPEGO
Javier Tomé. | RIMPEGO
La novela de Javier Tomé, ‘¡Durruti, ven!’ se inicia con una voz en primera persona de alguien, un superviviente en el límite, al que restan aún algunos años para llegar a la llamada madurez, que retrata con un sarcasmo provocador y desinhibido su situación y lo que le va sucediendo, a lo largo de doce capítulos. En una España en crisis, que celebra, así todo, el fin de año con el acostumbrado ánimo festivo, en una ciudad de provincias, en un «sálvese quien pueda», nuestro hombre se burla de todo y de todos, hasta que un sórdido abogado contrata a unos matones para que le den una paliza, que le manda al hospital con una costilla rota y dos dientes menos. En el hospital se replantea su vida, se pregunta si seguir con sus trapicheos de camello y celestino, o sentar cabeza y ponerse a trabajar en la gestoría del padre de su novia, empresario sin demasiados escrúpulos. La novela, en el último capítulo, se decanta por un tono menos sarcástico, hasta cierto punto lírico. En la encrucijada que se abre ante sí, el protagonista de la novela, reflexiona y repasa su vida. Recuerda a la primera novia y apenas existe sarcasmo en sus palabras al evocar la relación de ambos. Recuerdos tiernos que llenan la soledad de una habitación de hospital, de quien parecía de vuelta de todo, aún capaz de emocionarse con el recuerdo de la nieve, de celebrar los doce goles de España ante Malta, es decir, un personaje de carne y hueso, igual a una gran mayoría. Se diría que el protagonista ha sido conducido a una situación límite para redimirse, para escapar de esa actitud descreída y cínica de la que ha alardeado la mayor parte de la novela. Sin embargo, cuando parece que ya no le queda sino pedir perdón por haberse mostrado tan desconsiderado con los demás, de lo más hondo de él surge el grito de guerra, que pronunciaban unos viejos sindicalistas en situaciones desesperadas, que resume el espíritu de un tiempo para una población marginal, en aquellos problemáticos años noventa: ‘¡Durruti, ven!’. La novela ocupa un rincón de la sección de préstamo de la Biblioteca Pública, flanqueado por varios libros de Javier Tomeo. No puede decirse que sea un libro que se haya consultado a menudo en el nuevo milenio. La primera consulta es de 2007, después pasan dos años hasta una nueva consulta en 2009, a continuación hasta seis, aunque ese año, 2015, se consulta dos veces, pasan otros dos años antes de solicitar su préstamo de nuevo en el año 2017 y, por último, la mía dos años después, en 2019. Pero ignoro el tiempo que el libro lleva en la biblioteca. Quizá la hoja de registro de consultas ha sido sustituida en varias ocasiones. Tal vez el libro ingresó en los fondos de la biblioteca al poco de publicarse en 1994, y gozó de repetidas y continuas consultas en su momento. Eso haría justicia a una novela divertida, ácida como aquellos años, y entroncada con un género muy nuestro: la picaresca.
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