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Javier R. Sotuela

07/01/2016
 Actualizado a 17/09/2019
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En ocasiones se dan felices coincidencias. Y eso de que el mundo es un pañuelo, aunque sea una frase trillada, también se cumple. La dichosa casualidad ocurrió este verano en Quiroga, provincia de Lugo, en un encuentro de poetas al que fuera invitado a través del narrador y poeta berciano Antonio Esteban González Alonso.

Las palabras mágicas, en este caso, fueron «Noceda del Bierzo». Nada más pronunciar el nombre de esta localidad, mi pueblo nomás, un hombre, que había sido convidado para amenizar el acto con su música, saltó de alegría porque, sin duda, le había tocado en el fondo de su corazón, o su alma.

Ese músico, ese cantautor, ese poeta, resultó llamarse Javier Rodríguez Sotuela, un ser extraordinario, con quien entablé, en afectuosa compañía, una conversación inolvidable. Aunque nacido en Galicia, Javier es un buen conocedor del Bierzo. No en vano, comenzó el Bachillerato en el Instituto Gil y Carrasco de Ponferrada y se pasó algunos años en poblaciones como Dragonte, Fabero, Santa Leocadia o Matarrosa del Sil, en cuyas parroquias ejerciera como coadjutor.

Un párroco nada convencional habida cuenta de su compromiso con los movimientos obreros, con los mineros, en concreto, lo que le procurara algunos contratiempos con el Jefe Local de la Falange. ‘El cura comunista’, lo llegaron a apodar, por su colaboración activa con el Partido Comunista, acaso por su sensibilidad y su buen hacer como persona solidaria y comprometida con la sociedad, implicado conla HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica) y la JOC (Juventud Obrera Cristiana).

Estamos hablando de otra época, por lo demás durísima, represiva, franquistoide, en la que Sotuela tuviera que lidiar con las fuerzas vivas, incluso con sus propios colegas. En aquellos tiempos, a principios de los sesenta, coincidió con otro paisano y amigo suyo, Pepe Álvarez de Paz, que también ejercía como párroco en el Bierzo.

Ambos acabarían abandonando la iglesia para dedicarse, uno a la abogacía y la política internacional, y otro, Sotuela, a la enseñanza y la delineación. Un estupendo dibujante -como queda reflejado en ‘Lembranzas en plumilla’-, al que agradezco su generosidad y su acogimiento. Ilusión me hace su dibujo de la ermita de Las Chanas de Noceda.

Además de la encomiable labor que hiciera en Santa Leocadia o Matarrosa del Sil, Javier llegó a bautizar al que hoy es un fenómeno mediático, un humorista bien conocido en todo el país, gracias a sus monólogos, algunos verdaderamente ingeniosos, para ‘El club de la comedia’. Me refiero a Leo Harlem.

Toda una suerte el haber podido coincidir con este ser humano que, a sus ochenta y tantos años, se conserva como un mozo, sobre todo por su espíritu abierto y librepensante.
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