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Inventar palabras

19/07/2021
 Actualizado a 19/07/2021
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Al primero que oí hablar del término ‘matria’ hace muchos años fue a un literato de estos a los que el ambiente cultureta y el paraguas de la política les han proporcionado buenos resultados en la vida, un orador de los que es complicado –y hasta me atrevería a decir que no muy saludable– estar más de dos minutos seguidos escuchando pero que cuando termina de hablar cosecha unos cuantos aplausos del auditorio. También recibe palmaditas en el hombro y elogios de un público que no sé si se habrá enterado mucho de lo que dijo, pero sabe que queda bien el repetir como un papanatas una frase oída en la hora y pico de prédica.

Por cierto, no sé si a usted le pasa, pero desde mucho antes de este lío que tenemos con las restricciones y los aforos y todo lo que conlleva, a mí cada vez me cuesta más ir a rollos de este tipo y escuchar a un señor, señora o lo que sea, porque ahora hay de todo, soltando sus ocurrencias porque piensa que sólo él es listo y los demás son bobos.

Como el que pretende ser el nuevo Unamuno y cree que tiene que estar media tarde dando vueltas al tema porque está convencido de que los que tiene enfrente prefieren cantidad a calidad, cuando nada más lejos de la realidad. Benditos teléfonos móviles que permiten a uno en esas ocasiones estar en Babia o donde sea, menos en la charla…

Unamuno se inventaba palabras, como si la lengua española no tuviera suficientes términos y sinónimos para expresarse. Pero el de la generación del 98 no era un tipo cualquiera que da conferencias por los pueblos ni tampoco una ministra de un gobierno desnortado, que probablemente no tuviera mucho éxito con la asignatura de latín, es Virginia Woolf, otra de las defensoras del término ‘matria’ hace un siglo, mucho antes de esto del lenguaje inclusivo y de otras bobadas que lo único que pretenden es tapar lo realmente importante.
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