03/08/2020
 Actualizado a 03/08/2020
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Algunos retorcidos antisistema defienden que es obligación de los buenos ciudadanos incumplir las normas injustas. Injustas a su criterio, claro. Por desgracia, aunque siempre han estado ahí, en estos tiempos se ven más, a diario, destacándose frente al cumplimiento general, haciéndose notar, dando que hablar. Son los antisistema que en raptos de un libertarismo de barra –o de merendero en estos días– se atreven incluso a invocar un anarquismo que no es sino un disfraz para un liberalismo con remordimientos. Un libre albedrío cortado a su medida –abundan patrones en internet– para el alterne, el tráfico, las relaciones laborales, la acción municipal o para tirar la basura. Sus actos de insumisión, a veces precedidos de la algarada, otras seguidos de la reafirmación macarra, los llevan a no ponerse el casco de la moto, mucho menos el de la bici, ni el cinturón de seguridad. En tiempos no declaraban la renta, fumaban –o siguen fumando– en los bares, exigen bolsas en los comercios o tiran las garrafas del herbicida donde mejor les parece. Siempre por la libertad individual, la de expresión y, por supuesto, la de movimientos. Lógicamente, ahora muestran su felicidad con sentidos abrazos y la mascarilla queda para cuando les paran. El confinamiento sanitario para ellos es una dictadura.

No hay ciudadanos perfectos y por eso entre el descuido de la norma y la apología de la desobediencia aprovechada los súbditos de cualquier Estado nos hemos dotado de soluciones intermedias, incentivadoras de unas conductas, desincentivadoras de otras. Entre estas últimas se cuentan advertencias, sanciones, restricciones, embargos y bolardos como los que estos días ya han aparecido tumbados en algunas calles de León, al momento de ponerlos. Puede que fueran descuido, por falta de aviso o cualquier otra negligencia. Pero también puede que fuera la satisfecha insurrección de los que despeatonalizarían la Calle Ancha.
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