19/05/2021
 Actualizado a 19/05/2021
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Contra la abulia, la tristeza y la desesperación, Ciorán animaba a aprender una lengua: «Una lengua es un continente, un universo, y quien se la apropia un conquistador». Y también viceversa. Cada palabra desconocida u olvidada es una ínsula, una montaña, un mar interior, una pequeña aldea que perdemos. Una palabra ignorada es una franja de nuestro territorio personal que cedemos a los invasores, pasando allí de ser conquistadores a conquistados.

Por eso es importante pelear por cada palmo del idioma. Pues no sabemos hasta que punto puede ser decisva en la batalla una colina, una palabra. También así se pierden y se ganan guerras, por una palabra.

Hace unos días, hice mía una nueva o, quizás, recuperé una perdida. Me aguardaba en el libro de María Belmonte: ‘En tierra de Dioniso’. ‘Instilar’. No opuso resistencia. Se entregó sin violencia. Me bastó con abrir el diccionario. «Infundir o introducir insesiblemente en el ánimo de alguien una idea o un sentimiento». En lugar de hacerla prisionera, la he tratado igual que Alejandro trató a la esposa de Darío III, como una reina y así he logrado que me revele sus secretos.

Se ha vuelto innecesaria la sangre que reclamaba Cicerón para que entraran las letras. Hoy en día, el desarrollo tecnológico –redes sociales, el big data, el determinismo en el que nos sumerge cada click– y el uso opaco de las tecnologías por élites anónimas y gobiernos públicos hace posible instilar, de manera incruenta, sin que lo sintamos ni nos percatemos, ideas y sentimientos, convirtiéndonos a todos en niños.

Para Kant, la Ilustración supuso la mayoría de edad del ser humano. Dejar atrás los argumentos de autoridad con los que unos pocos establecían las verdades que nadie debía cuestionar y salir al mundo con los ojos abiertos como platos para aprenderlo. El momento actual se me antoja más perverso ya que, por insensible e incruento, no somos conscientes de su tiranía. Sin embargo, el mismo lema de entonces, el mismo grito de guerra sigue siendo válido hoy y quizás más necesario: ¡Sapere aude! ¡Atrévete a saber! Palabra a palabra. Es el único antídoto para no ser sujetos pasivos del verbo instilar.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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