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Inmigrantes y refugiados

19/01/2016
 Actualizado a 17/09/2019
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Ala hora de elegir un tema para esta columna, en estas circunstancias, es constante la tentación de escribir acerca del incierto futuro de España, por eso de que no sabemos quién nos va a gobernar la próxima temporada y por el pánico que produce pensar el desastre a que podrían llevarnos algunos aspirantes, si llegan a alcanzar el poder. Sin embargo, de momento al menos, aquí se puede vivir y nada indica que tengamos que marchar de España. ¿Se imaginan que la situación fuera tan caótica que pusiera en peligro no solo nuestra supervivencia económica, sino nuestra vida, y tuviéramos que huir a otro país? En este caso, ¿cómo nos gustaría que nos trataran o nos recibieran?

Pues bien, hay cientos de miles de personas que han tenido que salir corriendo de sus países, dejándolo todo, trabajo, vivienda, posesiones e incluso a familiares y amigos, con total incertidumbre, sin saber a dónde ir ni cómo vivir. Familias enteras, con sus niños, han tenido que arriesgarse incluso a dejar su vida en el intento, siendo miles los que han quedado sepultados bajo las aguas, haciendo del mar un enorme cementerio. Que esto ocurra en pleno siglo XXI es una auténtica vergüenza y una señal de que la humanidad, a pesar de los múltiples progresos de la ciencia y de la técnica, está moralmente en claro retroceso.

Concretamente nuestra vieja sociedad europea de la que formamos parte es todo un ejemplo de egoísmo e insolidaridad. No le faltaba razón al Cardenal Cañizares cuando decía que en medio estas gentes buenas y necesitadas podría infiltrarse gente impresentable, escondida como en el Caballo de Troya. Pero no pueden pagar justos por pecadores y el hecho de que haya alguna gente sin escrúpulos no debería hacernos olvidar que la mayoría de los que vienen son gente buena y necesitada. Pero puesto que nosotros, por mal que estemos, estamos mucho mejor, preferimos mirar para otra parte.

El domingo la Iglesia ha celebrado la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, bajo el lema ‘Emigrantes y refugiados nos interpelan. La respuesta del Evangelio de la misericordia’. Ya no solo como cristianos, sino como seres humanos, estos problemas no pueden dejarnos indiferentes.

Me alegró oír hace algunos días a Don Juan Antonio, nuevo Obispo de Astorga y miembro de la Comisión Episcopal de Migraciones, su intención de crear una delegación diocesana de Migraciones. Éstas son un signo de los tiempos que no nos permite quedar cómodamente al margen de un problema tan serio y acuciante.
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