mirantesb.jpg

Incibe o encerado

11/02/2019
 Actualizado a 15/09/2019
Guardar
Si la semana pasada le pedía al nuevo comisario de Policía que reforzara la seguridad frente a fechorías domésticas de bandas muy silenciosas, hoy me tengo que dirigir al Incibe para pedirle socorro. A raíz del artículo, algunos profesores se han puesto en contacto conmigo para denunciar una situación similar dentro de las aulas, donde la informática ha relegado en gran medida al lápiz y al cuaderno a una suerte de manualidades, a cosa de instagramers. Así, según me cuentan, algunos niños sufren el ataque de esas bandas, que si a los adultos nos deshacen la cama o se nos llevan la compra sin dejar rastro en la tarjeta o en la cartera, a los jóvenes alumnos les secuestran los deberes desde un servidor kazajo o directamente un código malicioso llegado del lejano oriente les borra el word y como el genio de la lámpara desaparece.

A nadie se le escapa que ahora los estudiantes son mucho más vulnerables al robo de datos, lo que provoca que a veces no puedan llegar a clase con las integrales, el análisis sintáctico o la formulación orgánica resuelta. Lo cuentan los profesores, que también reconocen que claro está que el perro sigue siendo una amenaza y que tal y como se comía una libreta ahora puede destrozar una tablet o un portátil. Pero esto ya se ve muy poco, dicen. Se ha avanzado y ya no es tan habitual que un vertido de chococrispis funda los circuitos del aparato con aquella facilidad con la que emborronaba y arrugaba, casi pasificaba, los papelotes de la tarea en el desayuno de la misma mañana en que acaba el plazo de presentación. Los aparatos son caros y, además, sirven para jugar y para otras cosas. También para aprender, por eso pedimos ayuda al Incibe y que ponga remedio a estos crímenes.

Aunque si el mando cibernético no logra resolver la ecuación, los profesores siempre pueden dejar a un lado la virtualidad y, como quien entrega una citación, decir aquello de «Menganito, al encerado».
Lo más leído