In memoriam al profesor, compañero y amigo José Manuel Gonzalo Cordero

Por José Manuel Martínez Rodríguez

José Manuel Martínez Rodríguez
21/09/2019
 Actualizado a 21/09/2019
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Antes de comenzar a escribir estas líneas tengo que pedir disculpas porque me siento todavía perturbado a pesar del tiempo transcurrido desde su fallecimiento, por no acertar, a dar con el tono de estas palabras. En un medio de comunicación, en el que tal vez se espera que hiciera un análisis más o menos sesudo de su obra, principalmente en temas de Patología Quirúrgica, que fue a lo que dedicó su vida. Aunque he de reconocer que, a pesar de haber leído muchos de sus escritos, no me siento para nada cualificado en esos temas.

Tal vez el hilo conductor debía ser el de su reconocida aportación en la formación de gran cantidad de veterinarios distribuidos por toda España. Pero yo lo conocí en año 1969 con mi llegada a la Facultad de Veterinaria, donde me abrió las puertas de la misma dándome cobijo en el sentido más amplio de la palabra.

Quizás debiera haberme centrado en su papel de decano comisario de la Facultad de Veterinaria de Lugo, donde gracias a su decidido compromiso, la facultad de la Universidad Santiago comenzara la senda que la tiene hoy en un estado de desarrollo comparable a las grandes del país. Fue reconocido con el nombramiento de Pastor Mayor de los Montes de Luna, presidente de la Cofradía de san Isidro Labrador de León e Hijo Predilecto de Comillas. Pero creo que ello haría de estas palabras un asunto demasiado simplista.

Así las cosas, y después de decirme a mí mismo, que la tarea me estaba sobrepasando, he decidido algo muy sencillo: centrarme en la persona. Y así, recordar las largas horas compartidas con José Manuel en todo tipo de situaciones, primero en el aula, en el quirófano de ayudante en aquellas, “operación cesárea en vacas”, que venían desde distintos puntos de la provincia a la Facultad de León, en fiestas, comidas, entierros, oposiciones, etc, celebradas al cabo de los últimos cincuenta años.

José Manuel Gonzalo Cordero fue un hombre como el que describe Primo Levi, en su libro 'Esto es un Hombre', íntegro, sencillo, humano, servicial, humilde, firme, flexible y cariñoso. Sus amigos más cercanos le decían Jose. Los no tanto, paradójicamente, "el barbas". El trataba a todos por igual. Su sonrisa rompía los hielos más duros. Dotado de un natural instinto, ayudado por su peso y por su físico, resolvía difíciles conflictos políticos con una sencillez pasmosa (Diciendo “soy liberal de derechas”). Nunca le interesó el poder, pero cuando lo detentó, lo hizo con maestría.

Su principal característica como jefe fue la conformación de equipos de trabajo con proyectos autónomos, que él estimulaba permanentemente. Le gustaba delegar, y apoyaba firmemente a sus equipos. Como, para él lo principal siempre fueron las personas, se preocupaba y esmeraba por inventar muchas ocasiones de encuentro social, (las famosas calderetas) en las que se generaban fuertes lazos de amistad y compromiso con el proyecto común.

Estuvo, asimismo, siempre preocupado del bienestar de las personas que trabajaban en su entorno, especialmente de los más vulnerables. Sabía llegar a todos, acompañando en momentos de dificultad, y apoyando cuando era necesario. En mí caso, no era infrecuente quedarse hasta la hora que fuera necesario, afinando algún escrito o proyecto que debíamos presentar a las escépticas autoridades académicas. Ahora que nos dejó, espero que surjan innumerables relatos de personas que recibieron su cariñoso consejo y ayuda de manera anónima.
Pero hay una faceta que quisiera destacar, que se hace más patente cuando lo recuerdo (creo sea compartida por todos sus amigos): tenía un sentido del humor exquisito. Las reuniones de trabajo eran interrumpidas frecuentemente por bromas y carcajadas. Se trabajaba bajo gran tensión, pero en un ambiente muy alegre, cualquier tipo de reunión se terminaba con una buena comida, tertulia y cánticos donde él hacía gala de su espléndido y abundante chorro de voz.

La última vez que lo vi, antes del verano, en el aparcamiento de la Facultad de Veterinaria sin bajarse del coche, ¿ha dormido Ud. bien?), me preguntó con su característica sonrisa. Siempre me saludaba así. Después de una muy breve conversación, le pregunté qué hacía en la Facultad, que tal marchaba, y si no debía estar en reposo, preocupado por su enfermedad cardiaca. Me respondió: "Vine a ver a mi gente, desde que hago natación estoy fenomenal…” luego se me quedó mirando algo socarrón y añadió....."Tu tienes que cuidarte, ¡estas engordando mucho...!", terminó con su característica carcajada. Más serio, me habló de su amor por la profesión veterinaria, y de lo bien tratado que se había sentido toda la vida por sus alumnos. Este pequeño gesto refleja cómo era este hombre, sólo bueno.

“Si hay algo que he aprendido, es que la piedad es más inteligente que el odio, que la misericordia es preferible aún a la justicia misma, que, si uno va por el mundo con mirada amistosa, uno hace buenos amigos” (Philip Gibbs).

Me gustaría despedirle con un clásico sin tiempo 'Cuando un amigo se va', la canción que Alberto Cortez escribió para su padre y se convirtió en un himno:

"Cuando un amigo se va queda un espacio vacío, que no lo puede llenar la llegada de otro amigo.
Cuando un amigo se va, queda un tizón encendido que no se puede apagar ni con las aguas de un río.
Cuando un amigo se va, una estrella se ha perdido, la que ilumina el lugar donde hay un niño dormido.
Cuando un amigo se va se detienen los caminos y se empieza a rebelar, el duende manso del vino.
Cuando un amigo se va galopando su destino, empieza el alma a vibrar porque se llena de frío.
Cuando un amigo se va, queda un terreno baldío que quiere el tiempo llenar con las piedras del hastío.
Cuando un amigo se va, se queda un árbol caído que ya no vuelve a brotar porque el viento lo ha vencido.
Cuando un amigo se va, queda un espacio vacío, que no lo puede llenar la llegada de otro amigo."

Gracias José Manuel, por tu amistad, por tu cariñosa compañía, por ayudarnos a ser mejores personas, por tu fe, por dejarnos un recuerdo tan limpio, por tu sonrisa amplia y transparente, por tu risa fácil e inteligente, por tus aportaciones, por tus clases, por tus grupos de estudio, trabajo y sociales, por creer en la Veterinaria como formación humana. Gracias. Descansa en paz, amigo entrañable.


*El profesor José Manuel Martínez Rodríguez es académico de Número de la Academia de Ciencias Veterinarias de Castilla y León

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