09/09/2021
 Actualizado a 09/09/2021
Guardar
Si hay algo que no perdona la política es la debilidad. La selva de los cargos y los partidos es uno de los ecosistemas más hostiles que se conocen, ahí uno averigua el verdadero significado de la supervivencia y entiende sin problemas todas las teorías del darwinismo. La debilidad está en el origen de la primera crisis grave del gobierno de coalición en Castilla y León. La fragilidad de un Ciudadanos que no es el Ciudadanos con el que se firmó el pacto de gobierno y de un PP que tampoco es el de entonces, estupefacto y haciendo aguas por el centro derecha. La política no deja hueco para los frágiles y lo que queda del partido de Inés Arrimadas son tan solo añicos. El poder que todavía ostenta Ciudadanos en Castilla y León es una anomalía, una añoranza de lo que fue y lo que pudo ser. Un fantasma que vaga como mucho hasta 2023 como un recuerdo melancólico y huérfano. Esa debilidad deshilacha cualquier amenaza de ruptura, cualquier tensión desesperada y lo que antes hacía a los populares plegar velas y guardar la ropa para mantener el poder ahora provoca desafíos y carcajadas.

Por eso Alfonso Fernández Mañueco se atrevió ahora a desautorizar a Francisco Igea en las Cortes, a no avisarle que votaría con el PSOE y contra la reforma sanitaria de su propio gobierno (o de la consejera nombrada por los naranjas), a ningunearlo sentándose con el socialista Luis Tudanca en el despacho mientras el vicepresidente despachaba su cabreo con los medios de comunicación. El PP ya no necesita a Ciudadanos. Si la tensión acaba en ruptura no es ni mucho menos la tragedia que hace dos años fue, según las encuestas podría ser incluso la liberación popular que le devolviera la mayoría absoluta y terminara con esta pesadilla tediosa de gobernar a medias. Lo que queda de Igea es la rueda de prensa del martes. La ira y la decepción. Cuatro consejeros y dos de ellos independientes, sin carnet ni partido. Lo mismo queda de Ciudadanos.
Lo más leído