02/08/2021
 Actualizado a 02/08/2021
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Tuvo el coraje Francisco Igea de sentarse a ver una exhibición de aluches. Ni ha pasado ni pasará nunca de ahí. No lo hará por un compendio de sencillas razones que le cierran la puerta no solo a él, sino a una buena parte de la clase política, que también los hay que libran.

Pero si el vicepresidente de la Junta hubiera querido la foto y se hubiera atrevido a cambiar la moqueta por la hierba habría necesitado mucha ayuda. Seguramente su anfitrión, Jesús Oblanca, le hubiera dado un cursillo acelerado y lo primero que le habría enseñado hubiera sido a caer, algo que tendremos ocasión de comprobar cuando llegue el momento. También le habría explicado que para ser luchador hay que tener los pies en la tierra por muy arriba que se esté –si El Divino ganó todo lo que ganó es porque tenía esto muy claro–; Que por muchas mañas que tenga, de todo tipo, nunca serán suficientes y también le harán falta fuerza, coraje y algo de suerte; Que hay que apretar bien el cinto a todos los rivales, incluso a los gallos, aunque se molesten; Que es fundamental saber darse la vuelta, aunque sea en el último momento; Que no se puede confiar siempre en falsear una mediana porque el golpe puede dar al traste con todo, incluso la carrera misma; Que tan importante como saber darse la vuelta es soltarse a tiempo, incluso con el poco noble propósito de cambiar de derechas a izquierdas, o viceversa, porque nos beneficie más una mano que otra, que aquí el objetivo es ganar; Que hay que dejar todo en el corro para devolver algo al pueblo que tanto esfuerzo hace para que sea posible; Que es imprescindible el respeto por los rivales, que son tan adversarios como compañeros; Y que no es de recibo discutir las decisiones de los árbitros que nos perjudican y aplaudir las que nos benefician.

Tras este aprendizaje habría salido al corro y a saber qué hubiera pasado y cómo lo habrían bautizado los aficionados. Lo que cada día esta más claro es que habría entrado en pesados.
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