Horto do demo

«No he conseguido todavía una imagen que refleje lo sibilino del lugar. Entretanto, opto por liberar de mi Bestiario fotográfico la recreación del sátiro»

Casimiro Martínferre
08/03/2015
 Actualizado a 19/09/2019
Horto do Demo. Capítulo 23. | CASIMIRO MARTÍNFERRE
Horto do Demo. Capítulo 23. | CASIMIRO MARTÍNFERRE
Hay un paraje en las montañas del noroeste al que llaman Huerto del diablo. Lo encontré por casualidad, si la casualidad existe, en una de esas erráticas caminatas buscando casualidades.

Canchal descolgado del mismísimo cielo, muestra una rara simetría. Siendo un enigma la metódica distribución pétrea, solicité el asesoramiento de los doctores, que amablemente lo facilitaron en un apabullante claustro universitario. Se trata de la morrena terminal de una extinta cuña glaciar del Würm, apogeo 20.000 años a. C., con más de 40 grados en el inclinómetro pendular, orientada a 10 grados norte, a 1500 msnm. Quedó tan ancha en su cátedra aquella buena gente, pero me encogió el ánimo tal descarnado diagnóstico de palabros y cifras. Algo no cuadraba. Aunque los científicos tuvieran razón, al menos la razón que meten por los ojos las mediciones palpables, como son de natural infelices debían vivir engañados. Así, bajé de las eminentes cúpulas del saber, para indagar en las llanas barracas del conocimiento.

Pregunté a la última moradora de la última palloza habitada. El humo invadía por completo el recinto oval. Junto al fuego, sentada en uno de los hermosísimos escaños de madera petrificada, la anciana. Vestía camiseta del Barcelona, acurrucaba en el regazo una gallina negra para aliviar el dolor de estómago, demostrando que modernidad y superstición pueden convivir. Refirió candorosa la verdadera explicación a tanto orden geológico, con datos intangibles, con nociones venidas de boca en boca desde la noche de los tiempos.

El Horto do demo es un divertimento de Satanás. En él pasa ratos de asueto, cultivando grandes rocas del tamaño de casas, disponiéndolas rectamente cuales surcos de lechugas gigantes. Y tan a modo las atiende que en efecto le crecen, asegura tía Pilar. Las utiliza para colgárselas del cuello a pecadores escogidos. Cuando ha de ausentarse por negocios importantes, cuida la huerta un trasno, medio hombre medio cabrón. Entonces corren peligro las mujeres acercándose por aquí, pues el sirviente anda salido, es zalamero y gasta buena herramienta. A él culpaban las mozas aborígenes si echaban barriga en noche de San Juan.
No he conseguido todavía una imagen que refleje lo sibilino del lugar. Entretanto, opto por liberar de mi Bestiario fotográfico la recreación del sátiro.

Bembibre, agosto de 1994.
Lo más leído