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Historias por contar

24/12/2017
 Actualizado a 16/09/2019
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Pronto se cumplirá un año de la muerte del cineasta Ettore Scola, a quien siempre recordaré por su película ‘La familia’ que, protagonizada por Vittorio Gassman, narraba la historia de varias generaciones de una familia burguesa romana desde principios del siglo XX hasta los años ochenta. Lo mejor de ella, me parece, era el diseño de los personajes, la manera en que expresaban sus sentimientos y su posicionamiento ideológico ante la vida y los acontecimientos a los que la época y sus vicisitudes les iban enfrentando. Desde entonces, siempre he pensado que todos conocemos a muchas familias cuyas historias merecerían ser contadas. Por originales, ejemplares, raras, tortuosas, peculiares o incluso escabrosas. Hace bien poco un buen amigo me ha narrado sucintamente la de su abuelo, un francés de Marsella que se enroló en el ejército napoleónico a principios del XIX para luchar junto a los españoles contra los ingleses en las guerras napoleónicas. Por razones que desconoce (aunque sabe que no fue un caso único, sino que muchos franceses actuaron de manera semejante), desertó junto a sus compañeros de tripulación en la batalla de Trafalgar y, al fin, fue capturado en la isla caribeña de Martinica, en las Antillas Menores, por los propios aliados españoles. Acusado de alta traición por deserción, fue desterrado a La Laguna (Tenerife) y nunca pudo regresar a Francia ante la posibilidad de ser allí ejecutado. Su vida transcurrió desde entonces en Tenerife donde se casó con una lagunera y abrió una licorería, desperdigándose sus descendientes y su apellido por la isla y la península. Alguno de ellos vinculado a León. De la misma manera, de un pueblo de León cuyo nombre nadie menciona (tal vez porque nadie se acuerda de él), salió Manuel Gutiérrez camino de Mérida (Badajoz) donde fundó una confitería a la que bautizó con su apellido y que situó en los soportales de la Plaza de España. Corría el año 1827 y se especializó en la factura de unos deliciosos caramelos con esencia de limón que elaboraba con una máquina inventada por él compuesta por dos rollos y una plancha para hacer láminas. La misma que usa hoy su tataranieta, quien sigue cortando y envolviendo manualmente en el mismo local los caramelos más famosos de la ciudad, registrados y patentados en 1913 con el nombre de caramelos de la Mártir Santa Eulalia. Casi dos siglos endulzando la vida de una ciudad. Gentes que van y vienen. Historias por contar que alguna vez deberían ser contadas.
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