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Hasta que no nos mata

20/01/2016
 Actualizado a 12/09/2019
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Primero dijeron que los osos polares corrían grave riesgo de extinción, pero a mí no me importó porque yo no soy un oso polar; enseguida advirtieron de que el nivel de los mares podría ascender peligrosamente y sumergir bajos sus aguas muchas ciudades, pero a mí, que soy de León y vivo en Madrid, me pareció la ocasión de disfrutar de playa en la ciudad; después ofrecieron datos incuestionables sobre la desforestación sobrecogedora de la Amazonia, pero a mí, que soy más de turismo urbano que de mochila de aventuras, no me importó –además, buenas choperas tiene la Ribera del Órbigo–; nos enseñaron en documentales el terrible deterioro de la barrera de colar, pero a mí, que no meto la cabeza bajo el agua ni siquiera en la piscina, tampoco me importó. Ahora veo que el cambio climático afecta a algo que realmente me afecta, pero, quizás, ya sea demasiado tarde.

Valga como paráfrasis de este texto que escribió Bertolt Brecht sobre el deletéreo avance de la amenaza nazi hasta que se consumó: «Primero se llevaron a los comunistas, pero a mí no me importó porque yo no lo era; enseguida se llevaron a unos obreros, pero a mí no me importó porque yo tampoco lo era, después detuvieron a los sindicalistas, pero a mí no me importó porque yo no soy sindicalista; luego apresaron a unos curas, pero como yo no soy religioso, tampoco me importó; ahora me llevan a mí, pero ya es demasiado tarde».

La amenaza, sin embargo, que se cierne ahora sobre nosotros, es la del cambio climático. Somos egoístas, genéticamente egoístas, quizás incluso por instinto de supervivencia. No nos preocupa lo que ocurra mientras no nos ataña, mientras no nos quite, mientras no nos duela, mientras no hiera. Ahora sentimos el peligro del cambio climático sobre nuestras cabezas, quiero decir, sobre nuestras ‘matanzas’. Corren peligro los chorizos, los lomos, los costillares. Por culpa de este tiempo, por culpa de este tiempo cambiado, pernicioso y letal para nuestras ‘matanzas’. Sin heladas, sin los fríos propios, curadores, necesarios, las ‘matanzas’ se estropean, la humedad las pudre. Ahora nos damos cuenta, pero quizás ya sea demasiado tarde.

Y la semana que viene hablaremos de León, pero hoy felicitemos a mi buen amigo Tomi, que cumple años.
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