07/10/2018
 Actualizado a 07/09/2019
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Nací en Ponferrada, que es ciudad jacobea, vine al mundo en su calle Camino de Santiago, he publicado un libro de cuentos sobre la ruta compostelana y, sin embargo, nunca había probado la experiencia del peregrino. Hace unas semanas, crucé buena parte de Galicia con mi hijo, y me gustó la aventura. Nos adentramos en el mundo rural de la región hermana, subimos y bajamos cuestas, y disfrutamos de la soledad y las praderas, de los bosques y las fuentes. Ahora ya entiendo por qué el Camino engancha tanto.

Además, volví a escuchar la música de Hamelín, del inmortal flautista del Noroeste que siempre toca en el corazón de los bercianos y que nunca se cansa. Toca para que no olvidemos nuestra doble condición: porque de una parte somos astur-leoneses, y de la otra hermanos de Galicia. Aunque soy de los que creen que predomina nuestra verdad de ser hijos de Oviedo, Astorga y León, las tres diócesis tan antiguas. Tres territorios que, curiosamente, conforman el único mundo administrativo que aún contiene a asturianos y leoneses en un mismo saco, en este caso eclesiástico.

Ahora bien, donde somos muy gallegos los bercianos es en la música. Hablemos en castellano, como muy mayoritariamente sucede, o en gallego, incluso en el leonés de las Ribas del Sil y otros lugares, la cadencia de nuestro decir es galaica. Algo que, a veces, puede constituir una humilde fortuna. Cuando yo llegué como soldado nuevo a mi cuartel de Madrid, los veteranos habían preparado una triste broma para los novatos: bloquearon las taquillas que nos habían destinado, y nos obligaban a tener nuestras pobres pertenencias en el petate. Un día y otro día. Al tercero yo hablé casualmente con un soldado de Lugo. En cuanto me escuchó, me tuvo por gallego. Y yo no lo negué, sin aclarar mucho la zona de la que procedía; creo que recurrí a los Ancares. Brumosamente. Quedando sobreentendido que me refería a los Ancares de Lugo y no a los de León.

El veterano se enterneció. No sé si me dio un abrazo, pero sí que me trajo la llave de una taquilla. Y me salvó del oprobio del petate, que aún duraría varias jornadas más. Ser gallego es una carrera, ya lo decían los coches de Orense allá por los años 70. Y luego añadían: «y de Orense, catedrático». Los bercianos somos profesores interinos, pero nos vamos apañando. Galicia es una bella verdad cercana, y es una suerte poder ser, a la vez, leoneses y de la tierra espiritual de Rosalía de Castro. Porque las identidades están para ser sumadas. Nunca para enfrentarlas.
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