08/09/2020
 Actualizado a 08/09/2020
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En un pueblo babiano llamado Torre, más de 30 guajes disfrutan desde por la mañana hasta bien entrada la noche, de una libertad tan auténtica y necesaria que ya no quieren volver a perderla. Han aprendido a compartir, a jugar, a pedalear mientras el aire de la montaña leonesa les dora la piel. Bajo la batuta de la solidaridad y en hacendera limpiaron el río, ese agua tan fría y cristalina ya les pertenece.

Vibra y vive el pueblo, como hacía décadas que no ocurría, se ha convertido en la esencia de lo mágico, en la pieza fundamental para descongestionar las grandes urbes. Sus casas habitadas han desalojado ruidos inquietos y taparon grietas de soledad infinita. ¡Qué buena oportunidad!, para que se luzcan las administraciones y apuesten por volver a fijar como mínimo, la escuela, el consultorio, la oficina bancaria, la tiendina y ¡cómo no! el bar, ese lugar de encuentro donde se puede adivinar en invierno cuantas personas hay dentro por el número de madreñas que esperan a la entrada. Revivir los pueblos no es una utopía, pasa por la voluntad de los ineptos que nos desgobiernan a cualquier hora. Solo con imaginarnos que mañana por ejemplo, empiecen las obras que agilicen la conexión a internet a todos los pueblos, sería uno de los mayores logros para que la vuelta de muchas y muchos trabajadores al mundo rural se hiciese efectivo, con eso que se llama teletrabajo. En estos meses, lo pudimos comprobar, muchos de los guajes que libraban batallas por los caminos, lo podían hacer porque sus padres habían abandonado circunstancialmente la gran ciudad, el teletrabajo viene para quedarse.

Aprovechemos la ocasión, (no como otras tantas perdidas por falta de unión, dejadez e individualismo), necesitamos de urgencia que se regule el teletrabajo, para evitar la intromisión en la vida privada, para que no se prolongue la jornada y no repercutan los costes de la actividad, para que la desconexión digital sea un derecho. Es necesario desconectarse y mirar por la ventana con un café entre las manos, mientras los guajes juegan.
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