05/04/2015
 Actualizado a 07/09/2019
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La jubilación de mi padre precipitó los acontecimientos. Su empeño por abandonar San Sebastián para regresar a sus orígenes familiares y asentarse en un pequeñísimo pueblo de Almería me colocó en la tesitura de dejar atrás toda una vida y comenzar otra. Y ahí seguimos, dando vueltas.

A lo que vamos. Granada, curso escolar 93-94. Allí llegué para, primero, estudiar el COU de entonces en el Colegio Maristas, conocido como La Inmaculada, y después iniciar la carrera de Derecho, también en la ciudad de La Alhambra. Una residencia mixta de estudiantes se convirtió en mi nuevo ‘hogar’, aunque por aquella época la definición de ‘estudiante’ era, en mi caso, un tanto exagerada. Culpa de mi alergia a hincar los codos y de la famosa juerga granadina, con su calle Pedro Antonio de Alarcón plagada de bares de copas (que ya no existen) y el irresistible encanto de las teterías y las tapas del barrio de El Albaicín, desde Plaza Nueva hasta el paseo de los Tristes, pasando por calle Elvira y sus garitos de madrugada en los que la noche era más noche. Aquello sí que era digno de estudio y no lo de las aulas.

El caso es que estos recuerdos ‘granaínos’ han vuelto a cobrar vida en mi memoria gracias a la figura de un poeta de aquella tierra: Luis García Montero. Sí, el ahora candidato de Izquierda Unida a la presidencia de la Comunidad de Madrid, también antiguo alumno marista y al que tuve la suerte de poder escuchar y saludar durante una conferencia que el escritor ofreció en su antiguo colegio en el citado curso 93-94. Estaba en el momento culminante de su carrera. Acababa de recibir el premio Loewe y al año siguiente fue galardonado con el Premio Nacional de Poesía, en ambos casos por su obra ‘Habitaciones separadas’. No se me olvida que su inspirada e inspiradora charla consiguió captar mi por entonces muy disipada capacidad de atención. Un tipo con sensibilidad a flor de piel y fuertes convicciones, tal y como se demostró después cuando renunció a su puesto de catedrático en la Universidad de Granada por diferencias irreconciliables (y judiciales) con otro profesor, José Antonio Fortes. Ahora, en puertas de un posible descalabro electoral de Izquierda Unida, se atreve a dar un paso al frente en la política activa con el apoyo moral de su amigo Joaquín Sabina. Es la valentía de un errante inquieto. Tal y como escribió en sus ‘Habitaciones separadas’: “Soledad, libertad, dos palabras que suelen apoyarseen los hombros heridos del viajero”. Tenga usted suerte, don Luis.
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