¡Gracias, Prada!

El legado de José Luis Prada Méndez resume la idea de un Bierzo limpio y sostenible. Observad la grandeza del paisaje desde el corredor grande de Canedo: Prada mejora todo lo que toca

Valentín Carrera
25/06/2022
 Actualizado a 25/06/2022
Prada cuando todo empezaba, en 1970.
Prada cuando todo empezaba, en 1970.
Podría comenzar este retrato al mencía de Prada recordando cómo nos conocimos; pero mentiría si os digo que lo recuerdo: tal vez fue en la primavera de 1975. Publiqué en Diario de León un artículo sobre Cacabelos, Poesía y contraste; y al dorso, mi primer redactor-jefe, y siempre amigo, Pedro Blanco firma el suelto Exposición fotográfica en Casa Prada: el ingenioso hidalgo subastaba fotos de Ramón Cela «para recaudar fondos para el club de piragüismo A Tope, que necesita la compra de varias piraguas».

Quizás nos conocimos en la zapatería-zoco-boutique-cantina, que de todo eso y más tenía, con enormes murales decorados por Pedro G. Cotado, a la vera del Camino de Santiago; el bazar del mago de Oz donde me dio a beber clarete cantarín por una galocha, entre cuencos de barro, cueros repujados, cuernos de cabra, ropa vaquera, cachavas talladas a navaja y exóticos souvenirs del Bierzo bizarro; souvenirs salvajes, en la hora temprana del turismo, que ya entonces Prada envolvía en papel (que no en plástico) con su mítico logo: la silueta de su careto con bigote y gafas de sol, que Cotado pintó en una camiseta para arrasar en la verbena de Vega de Espinareda. Y arrasaron.

Para entonces, Prada ya había sido haltero, piragüista, legionario de pelo en pecho, y visionario en París y Londres, en un viaje iniciático, en 1970, del que aquel soñador regresó sabiendo para siempre cuál era su lugar en el mundo. Impresionado, pero sin dejarse impresionar, Prada captó la esencia y la convirtió en su proyecto vital; un proyecto único, irrepetible, honesto y genuino.

O quizás nos conocimos —¿quién podría poner el cascabel al gato del verbo conocer?— años después, en 1988, cuando necesitaba un caballo para hacer mi viaje por El Bierzo con Anxo Cabada, durante un mes, y Prada nos dejó una yegua torda, Gitana, inquieta y nerviosa. Fue entonces cuando en el patio porticado de La Moncloa, Prada nos convidó a un desayuno de tostadas con miel y café con leche, peregrinos tendidos al sol tibio de la mañana, mientras Prada va y viene, y saluda a los caballos como colegas: ¡A tope!

O tal vez fue un día de boda, estrenando el futuro Palacio del Señorío de Canedo (1730), con los novios bajando desde el cielo en globo, entre risas y gaitas, el alcalde San Gabino bendiciendo la ceremonia civil, y el Dúo Mayalde poniendo su música picante, con raíces hondas como castaños viejos.

No, no; creo que cuando nos conocimos —pongamos el cascabel al gato— fue en nuestro segundo viaje a pie por El Bierzo, diez años después, en 2008, con mis hijas Sandra y Alicia, y la perrita Coco, en el papel de estrellas invitadas. Fue entonces cuando Prada nos paseó en el Carroviñas por el Picantal y el Valetín; y les enseñó a decir, «Con dos cojones y un par»; y mis hijas se hicieron amigas de Prada para siempre: dos incondicionales a tope, que llevan El Bierzo a flor de piel. En su retina prendida, y en su paladar, una tarde de vino y brasas en el palomar, cubierto de nieve.

El Ave Fénix renace

O mejor, quizás he conocido a varios Pradas sucesivos y complementarios: el rockero visionario de los años 70, el hostelero de La Moncloa que se abre camino a pulso; el emperador del aguardiente y su irrepetible boda galáctica con Lucía, de la que nacieron tres luceros: Ada, Jose y mi cariñosa Leni; el alcalde encarcelado por pura decencia y un poquito de insolencia; el Ave Fénix que renace de sus cenizas y se reinventa en el Palacio de Canedo —donde se supera a sí mismo, ¡hay que tener fe y echarle dos cojones y un par!—; y rehace una nueva vida con Flor y su hijo pequeño, Manuel.

Una vida nueva que también planta cara a la enfermedad: humano, demasiado humano, sin rendirse, sin dejar de trabajar, sin darse tregua, «con la misma ilusión del primer día». Porque ese es Prada: el que no se rinde.

Estas navidades me llamó desde una cama del hospital —para comentar su preocupación por El Bierzo— y aún me daba ánimos él a mí. Verle o escucharle es sentir un chorro de energía, un torrente de optimismo… ¿pero dónde coño carga las pilas este muchacho? Con su honestidad por bandera, sin renunciar a sus principios, Prada ha sido pionero en todo: aquel primer mural en el callejón de la zapatería, hoy replicado en cientos de paredes medianeras; el logotipo, sencillo y eficaz, digno de un premio internacional (espero que algún día Mario Tascón haga el análisis profesional que merece ese diseño).

Las 3R que proclamamos los ecologistas —Reduce, Recicla, Reutiliza— ya las inventó y practicó Prada en los sesenta pateando medio Bierzo y el otro medio, recuperando escaños, marcos, puertas, herramientas: muebles de nogal o castaño trabajados con serrucho y cincel por las manos sarmentosas de nuestros bisabuelos. Muebles-tesoro, puro arte y patrimonio, tirados en el desván o pudriéndose en la bodega tras ser sustituidos por modernas mesas de formica con patas de aluminio, Santa Ikea, patrona de la bendita ignorancia en la tierra del autodesprecio que llamamos Bierzo.

Prada, verdadero profeta en su tierra, observa y comprende: comprende el valor de las cosas sencillas («lo pequeño es hermoso»), comprende el valor de lo auténtico y lo va aplicando en cada cosa que hace: las cerezas en aguardiente, el vino y la gastronomía berciana, de la que los fogones de La Moncloa y Canedo han sido los grandes innovadores, creando una escuela que se extiende por todo El Bierzo, y más allá.

Pionero de los cuidados

Y la arquitectura popular, desde la que ha proyectado un modelo ejemplar para todo El Bierzo, e incluso una Fundación que promueve la conservación y restauración de nuestro medio natural y nuestro patrimonio arquitectónico. Hace, de su bolsillo y sin pedir permiso, lo que debieran hacer los próceres que nos desgobiernan.
Adelantado también a la era de los cuidados: Prada —y todo un equipo humano que ha sabido crear y conservar en su entorno— lleva años cuidando de sus clientes como si fueran amigos; y acaban siéndolo, claro, porque es difícil resistirse al Prada de los abrazos y las palmadas de ánimo, con su grito de guerra: «¡Acojonante!».

Pero cuida también de nuestra tierra: a diferencia de esas industrias-basura que donde ponen la pata, cagan, Prada mejora todo lo que toca: observad la grandeza del paisaje desde el corredor grande de Canedo. No hay un solo metro cuadrado de suelo que no haya sido modificado —hileras de viñedo, suaves caminos, edificios educados, farolas amables; y hasta un punto de carga para coches eléctricos, otra vez en la vanguardia de la energía renovable—; todo trabajado por la mano o la máquina, regado con sudor; y sin embargo, parece intacto, puro, dibujado en una acuarela impresionista o romántica. La contemplación de este paisaje pradiano eleva el espíritu. Ese es el arte de conservar y cuidar, con el que Prada nos da una permanente lección de respeto a la Naturaleza y a la Madre Tierra. ¡Hasta sus tarjetas personalizadas, realizadas en Asprona Bierzo por personas con discapacidad, nos hablan de su sensibilidad, de la importancia de los cuidados! Y de los detalles.

El primer ecologista berciano

Prada ha plantado más árboles autóctonos que muchos alcaldes en el Bosque Didáctico de Los Barredos: ocho hectáreas (casi veinte campos de fútbol) con más de seis mil árboles de cincuenta especies distintas: abedules, acebos, alcornoques, arces, castaños, cerezos, cipreses, encinas, fresnos, hayas, olmos, pinos, robles, serbales, tejos, tilos… todo el alfabeto de la biodiversidad. Bastaría con seguir el ejemplo de Prada y que cada berciano plantara un árbol al año: 130.000 árboles el primer año, dos millones de árboles en dieciséis años. Un bosque autóctono, ordenado, protegido y sostenible —sin un puto eucalipto invasor— frente al actual modelo que Prada denuncia como «el deterioro tan brutal de nuestra Comarca».

En su distrito federal, Topelandia, Prada ha creado y mantiene más puestos de trabajo que varias industrias malolientes de la zona; y él solo ha generado más riqueza que todos esos victorinos depredadores que ciernen sus garras sobre la comarca y se lo llevan crudo, mientras Prada ha reinvertido hasta el último patacón de sus ganancias en nuestra tierra.

Cuando reflexiono como ecologista, preocupado por el futuro del Bierzo —¿qué herencia vamos a dejar a las próximas generaciones?—, creo que el legado de José Luis Prada Méndez resume perfectamente la idea de un Bierzo limpio y sostenible, con su economía basada en los productos de la huerta: pimientos, castañas, cerezas, reinetas, peras, botillo, vino… «¡Espectacular!». Materia prima de primera calidad, comercio local sin intermediarios, elaboración casera y artesanal con las recetas de la abuela; producción limpia, sin residuos, procurando el objetivo #BasuraCero; y todo el valor añadido se queda aquí, mientras las multinacionales saquean la comarca.

Y ahora las malditas eólicas, a comerse el postre del viento; y la nueva mina de Toral, que amenaza con envenenar el Sil con plomo y mercurio.

Sin necesidad de ponerse etiquetas, Prada es el primer ecologista berciano, y predica con el ejemplo: «Todos somos responsables —nos escribió en la felicitación navideña de 2018— por el deterioro brutal de nuestro paisaje; año tras año desaparecen de una manera alarmante bosques a consecuencia de los incendios que nos están acorralando; los ríos del Bierzo vienen flacos, decrépitos y turbios».

De manera que han pasado en un santiamén 50 años desde que Prada supo quién quería ser y por qué; y ha convocado a quienes creemos y admiramos su filosofía y su trabajo a saltar la hoguera en la noche de San Juan para abrazarnos a tope y celebrar juntos un sueño convertido en realidad.

Tal vez nos conocimos hace 47 años bebiendo vino parlanchín por una madreña; o tal vez nos conocemos desde antes de nacer, porque sus abuelos y abuelas y los míos trillaban en las mismas eras y vendimiaban las mismas viñas hasta que la filoxera los mandó a hacer las Américas. O tal vez apenas te conozco, querido amigo, apenas te conocemos aún en este Bierzo perezoso y a veces ingrato; y es preciso reclamar a tope tu magisterio honesto, tu palabra enérgica y valiente, tu filosofía sencilla, pero tan profunda. Solo una palabra más antes de alzar mi copa con tu mejor Xamprada para brindar por el 50 Aniversario de Prada a Tope: Gracias.
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