Imagen Juan María García Campal

Gracias, Felechas, llar

11/08/2021
 Actualizado a 11/08/2021
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No soy de los que piensa que cualquier tiempo pasado fue mejor. Más bien todo lo contrario y, aún más, si en el hoy uno mantiene una vida buena. Pero días atrás sí pude comprobar cómo, al igual que aconteceres del presente pueden desganarme de cualquier acción conduciéndome a un incomprensible y, lo que es peor, injustificable abatimiento, recuerdos hay que convocan al movimiento, memorias que conducen al acto vital aun sólo sea como gratitud a lo en un lugar vivido u homenaje a con quien se compartieron experiencias de las que esponjan el corazón aclarando balances y permitiendo rever las muchas suertes con que, en distintos tiempos y espacios, los días han sido –aun sus nublados, aguaceros y tormentas– luminosos y extremadamente generosos con uno.

Y así, en un soleado mediodía le invade a uno el recuerdo y se sorprende uno visitando raudo contenedores de varios colores, recogiendo próximas caducidades del frigorífico, bajando persianas y subiéndose al coche para volver. Volver sabiendo que, aunque ·la casa ya no es la casa/ el árbol ya no es aquel», que cantaba Eduardo Falú en su ‘A qué a volver’, aún nadie ha ‘volteao’ –ni volteará– el recuerdo de lo mucho compartido en uno de esos paraísos leoneses que se hacen llar por sus gentes y paisajes desde el momento en que por unos y otros te sientes acogido.

Y así regresa uno sereno, conteniendo esa tristeza que siempre producen las ausencias presentes, y conduce en dirección a Felechas de donde atesora tantos ratos de amistad, verso y canción compartidos y que hay que recordar en memoria de Toño, el amigo ausente y presente al que, en comunal homenaje, he de leerle «el papel de los renglones cortos/ hoy de los pesares largos», porque, aunque «vacunado contra la peste, no lo estoy contra la rabia/ por su (tu) cruel y largo Gólgota/sin rastro del omnipresente/ sin noticia del omnisciente/ sin ayuda del omnipotente».

Y así, allí, también se me duplicó el homenaje, que no la memoria, a Julio. El hombre al que sin voluntad alguna, un festivo 3 de agosto de 2014, hice llorar al cantar «la mina de La Camocha dicen que va bajo el mar» y encenderle sus largos recuerdos de trabajo en ella y con el que después lloré, lloraríamos, mientras, emocionado, escuchaba su emoción.

Sí, días hay en que se han de seguir esos recuerdos que convocan y conducen al acto vital, porque, entonces, uno siente, no sin cierto bochorno, cuan esclarecedor es salir de los confines de uno mismo. Gracias, Felechas, llar.

¡Salud!, y buena semana hagamos y tengamos.
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